Técnico pragmático y exigente, así es el seleccionador de Francia, Didier Deschamps. Y la fórmula le ha dado éxito en su impresionante carrera como jugador y entrenador. Excepto en la Eurocopa 2016, cuando perdió la final contra Portugal.

Al mando de Les Bleus, Deschamps tiene una autoridad incontestable e indiscutible, ese liderazgo y su obsesión con la victoria ya quedó patente en su carrera como jugador. Dirigió desde el mediocampo a la generación de Zinédine Zidane, coronada en el Mundial 1998 y la Eurocopa 2000.

Aún con el brazalete, también levantó la única Champions League para un club francés, con el Olympique Marsella en 1993, luego una Serie A del Calcio con Juventus en 1996. Ya como entrenador, llevó al Mónaco hasta la final de la Liga de Campeones en 2004, y al Marsella al título de campeón de Francia en 2010.

En 2012 acudió lógicamente al rescate de una selección francesa traumatizada por el escándalo del Mundial 2010, cuando los jugadores decidieron hacer huelga en el entrenamiento. Desde entonces, el técnico de 49 años ha enderezado el rumbo de Francia, dentro y fuera de la cancha. La reconstrucción pasó por los cuartos de final del Mundial 2014, la Eurocopa 2016, que deslustró algo su etiqueta de eterno ganador.

Pero no todo es la vie en rose para el entrenador galo. Como claroscuros aparecen las sospechas de dopaje cuando jugaba en la Juve, o el caso de corrupción del Marsella con Valenciennes en 1993, aunque Deschamps nunca fue directamente encausado, y su palmarés los relegó a un segundo plano.

Con contrato hasta 2020, el DT anda muy esperanzado en el Mundial, al que acude con un plantel talentoso pero aún joven. No es fácil ser campeón del mundo, menos aún serlo dos veces, y mucho más difícil conseguirlo como jugador y como entrenador. Tanto, que a lo largo de la historia de los mundiales solo dos pueden presumir de ello: el brasileño Mario Zagallo y el alemán Franz Beckenbauer. Deschamps quiere ser el tercero.