Una adicción es una es una enfermedad física y psicoemocional, según la Organización Mundial de la Salud. En el sentido tradicional es una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación causada por la satisfacción que ésta causa a la persona. Esto en cuanto a definición médica, pero cuando contamos con la problemática social de un país como Colombia, este tipo de situaciones pueden volverse un caso a diario y sin excepciones, capaz de tocarle la puerta a un político, artista, escritor y hasta a un... deportista.

Una novela dramática, es la mejor forma de mirar la vida de lo que fue en un principio el abuso a las drogas de un talentoso pero vulnerable jugador; Wilder Medina. Un muchacho que a los 16 años afrontó una cruda realidad, abandonado por el Estado y con muchos problemas, tomó el camino fácil. A los 16 años, en su natal Puerto Nare, Antioquia, junto con otros muchachos compraban, vendían y consumían drogas. Wilder estaba en su ley, nada lo hacía recapacitar y mucho menos pedir ayuda. Transcurría el año 2003, vestía la camiseta de su primer equipo profesional, Rionegreo FC.

Tenía 17 años, después de la muerte de su papá en 1997, junto con su mamá y sus hermanos, dejaron Puerto Nare y se radicaron en Rionegro, allí entró al club desde las inferiores. Los entrenadores lo veían y se asombraban, era rápido, tiraba gambetas, sabía poner centros, no era individualista, podía ser un gran volante ofensivo o como segunda punta. Aunque había algo que a Wilder no le gustaba, dado que aún no era jugador profesional, el club no le iba a pagar. No podía quedarse quieto, tenía a una familia que mantener y el mundo como pandillero lo endulzó, lo fascinó y se metió de lleno, era oficialmente un delincuente. Andaba con ellos después de entrenar, 'parchaba' y era incondicional, su segunda familia, refería con nostalgia. 30 muchachos empezaron esa pandilla de la cual Wilder era integrante, de ellos, hoy, 4 aún viven.

No era un tipo muy social, al contrario, sus compañeros de la época afirmaban que a veces no sabían si Wilder iba o no a entrenar, era callado, hacía lo que le decían. Pero cuando salía de la concentración y lejos quedaba todo lo que un futbolista era, se transformaba, pasaba de un extremo a otro, de un muchacho tranquilo a un pandillero, del muchacho irreconocible al que hoy hace goles con Santa Fe. Cambiaba un balón por un revólver y una capucha, atracaba, amedrentaba, amenazaba y estaba fuera de control. Nunca mató a nadie, pero sí apuntó para quitarle la vida a una persona, andaba en ese ajetreo, como él mismo decía: "yo siempre andaba 'azarado'". Sus preocupaciones pasaron de estar pendiente a lo que un árbitro decretara en cualquier torneo juvenil, a lo que podía hacer con su pandilla para que la policía no lo atrapara.

En ese mismo cruce de vidas, después de un torneo oficial de la región, Wilder dio positivo por marihuana, justo cuando estaba a punto de ser transferido a la Argentina. Primer positivo de Wilder, y además la gran oportunidad perdida de su vida, como él mismo recuerda en muchas entrevistas que ha dado. Wilder dice que Dios lo salvó varias veces y lo sacó del hueco en el que vivía. Ahora es un cristiano devoto. Todas sus frases incluyen la palabra Dios. En 2004 enderezó su camino. Jugó en Huila, Envigado y Patriotas.

Pero sus triunfos más grandes los logró con el Tolima y de la mano del hoy entrenador de Millonarios, Hernán Torres. A Ibagué llegó en 2008. Allí la vida le cambió. El 2010 fue el mejor año de su carrera: llegó a los cuartos de final de la Copa Nissan Sudamericana, eliminado por el que sería el posterior campeón, Independiente de Avellaneda. Quedó subcampeón y goleador del fútbol profesional colombiano. Pero en noviembre de ese año dio positivo en una prueba de doping por marihuana. Segundo positivo de Wilder. En ese entonces juró por Dios que nunca había consumido nada. El 5 y el 13 de febrero de 2011 volvió a dar positivo, en ese entonces le dieron tres meses de sanción. Tercer Positivo.

Desde entonces fueron continuas las recaídas de Wilder. En septiembre de 2011, luego de cumplir su sanción, volvió a dar positivo por marihuana, ya era su cuarto positivo. Ante tantas reiteraciones, la FIFA y la Agencia Mundial contra el dopaje ordenaron a la DIMAYOR una sanción que diera el ejemplo para la liga. La sanción que fue objeto de investigación de la DIMAYOR, pero que irónicamente la anunció el presidente de la Federación, Luis Bedoya. Una carta a nombre de Gabriel Camargo llegó a Ibagué, le notificaban los motivos y el tiempo de la sanción. 12 meses le dieron a Wilder.

Pero la historia no termina ahí. Pocos días antes de que finalizara su sanción, que acababa el 27 de septiembre, el Deportes Tolima tomó la determinación de realizarle nuevos exámenes. Según el presidente del equipo, Gabriel Camargo, los resultados indicaron que el futbolista había consumido marihuana y cocaína. Por tal motivo, decidió expulsarlo del equipo.

Acusaciones iban, venían, pleitos, anuncios de premios nunca recibidos, declaraciones de prensa desmintiendo al otro. Todo esto pasaba bajo el asombro del país. Como si Camargo y Wilder nunca se hubieran conocido, como si nunca hubieran sido amigos, como si nunca hubieran sido aliados. Nada de esto importó y los dos, mutuamente, se dieron la espalda.

Wilder no recayó, su mamá lo decía, sus hermanos y él lo repetía incesantemente, es que había recapacitado.

Wilder recapacitó, tuvo dos hijas mellizas, recapacitó, hizo el gol 3000 en la historia del Tolima, recapacitó, ganó un título con Santa Fe y hoy es goleador y clave en el esquema de Wilson Gutiérrez, recapacitó.

Wilder está feliz, contento, se nota cuando juega, cuando celebra un gol, cuando llega puntual a los entrenamientos, cuando ayuda a los de utilería a sacar balones, a guardarlos, cuando ve a su familia. Cuando se recupera a la persona, se recupera al jugador.