"Soy LeBron James, de Akron, Ohio, de una ciudad del interior... yo ni siquiera se supone que tendría que estar aquí". Extasiado, eufórico y sacando a relucir una perlita de humildad para la ocasión, de esas de las que tanto alardean los grandes prohombres del deporte tras firmar una gesta antológica; concretamente, de unos 16 quilates. 'The King' se ponía su segundo —y, de momento, último— anillo de campeón de la NBA con los Miami Heat tras imponer su físico y el de su equipo en el séptimo partido de las finales ante unos agotados San Antonio Spurs. El engranaje milimétrico de los hombres de Popovich no fue suficiente para derrocar al portentoso proyecto de los de Florida, que con Wade, Allen, Bosh y compañía levantaban su segundo campeonato consecutivo. El monstruo imparable de Spoelstra parecía insaciable, LeBron —el jugador más dominante del siglo— se sentía "bendecido" en South Beach y la liga se concienciaba para vivir un periodo a la sombra de los Heat.

Pero algo cambió en el siguiente curso. De un record en la historia de la franquicia, 66-16, se pasó a un nada desdeñable 54-28, mientras que, al otro lado del mapa, los Spurs preparaban su vendetta (62-20). Con el mismo bloque que el año anterior, Coach Pop se mantuvo —y se mantiene y se mantendrá— firme a su filosofía, superando en siete juegos a su vecino tejano, Dallas; cediendo tan solo un partido ante los Portland Trailblazers y derrotando en la final de la Conferencia Oeste a los Thunder de Russell Westbrook y el flamante MVP Kevin Durant. LeBron, que aspiraba a convertirse por tercer año consecutivo en el jugador más valorado de la temporada regular, se lleva el primer mazazo del curso a un mes de disputarse de nuevo el anillo con San Antonio. Por supuesto, los Heat, a pesar de un notable bajón respecto a la campaña 2012/13, se habían plantado en las finales por la vía rápida: Bobcats (4-0), Nets (4-1) e Indiana (4-2).

Sin embargo, esta vez, el baloncesto democrático de los Spurs acabó con la tiranía del Rey. Con un Kawhi Leonard sensacional y los de Texas haciendo quizá el mejor baloncesto de los últimos años (se adjunta prueba audiovisual), un parcial de 18-30 en el tercer cuarto del quinto partido liquidó las esperanzas de revalidar título para un equipo roto y puso, sin saberlo, el punto final al autoritarismo que había implantado en la NBA el equipo de un LeBron James que perdió la fe en el ambicioso proyecto de Micky Arison. Ah, y lo más importante: que guardaba bajo la manga una cláusula en su contrato por la cual podía convertirse ese mes de julio en agente libre. Se avecinaba —según palabras del alero— "uno de los más grandes eventos deportivos de la historia".

LeBron en las finales de 2014. Fotografía: Cloudinary.

"I'm coming home"

LeBron: "Mi relación con Ohio es mayor que el baloncesto" (11/07/2014)

"Antes de que nadie si quiera se preocupase de dónde iba a jugar al baloncesto yo era un chico del norte de Ohio. Es donde aprendí a andar, a correr, lloré y lo que siento por mis venas. Tiene un lugar especial en mi corazón, la gente me ha visto crecer y a veces sienten que soy su hijo. Noto la pasión y me gusta. Les quiero dar esperanza si puedo y quiero inspirarles. Mi relación con Ohio es mayor que el baloncesto y no me di cuenta hace cuatro años y lo hago ahora. Estoy listo para aceptar el reto, vuelvo a casa". Sobran recordatorios. La lacrimógena carta de James —al son del tema de Diddy y Skylar Grey—, leída, releída y repetida hasta la saciedad anunciaba su regreso al Quicken Loans Arena, a los Cleveland Cavaliers y, más especialmente, a Akron, esa ciudad del interior que pasó como un flechazo por la mente de 'The King' en su momento más glorioso.

Allí —a unos 65 kilómetros al sur de Cleveland—, la díscola Gloria Mary James —AKA "¡Mamá siéntate de una p... vez!", en palabras de su retoño— dio a luz un 30 de diciembre de 1984 al pequeño LeBron. Su infancia, como viene siendo habitual en este tipo de historias, no fue de color de rosas para el alero, que, tras el fallecimiento de su abuela —cuando apenas tenía unos meses— y el abandono de su padre, Anthony McClelland, se crió a caballo entre las manos de su madre y la casa de Frankie Walker, su entrenador en el equipo de fútbol americano del colegio, quien le acogió como su propio hijo. Quizá por eso LeBron, una estrella interplanetaria, nunca se ha despegado de su verdadero hogar.

“Todo esto siempre me había obligado a volver. Estar aquí por estos niños, poder ver sus sonrisas, ver cómo han aprovechado todo esto, la educación que reciben aquí y nuestro esfuerzo por guiarles, todo ello es muy importante para mí”. Con estas palabras, en el estadio de la Universidad de Akron, LeBron James regresaba a su ciudad como Cavalier el pasado verano, en un acto de su fundación —Lebron James Family Founfation, dedicada a estimular académicamente a los niños de la ciudad— que aglutinó a 25.000 personas para dar la bienvenida a su hijo pródigo. El Rey había vuelto a la ciudad. Se había colocado la corona, reclutado a los mejores hombres —escudero Kevin Love— y hecho una promesa que está a un paso de cumplir: conquistar para su gente el primer título de campeón de la NBA en la historia de la franquicia de Ohio.

Con tanta escenografía, efectos especiales y pornografía emocional, no se hace extraño que quienes quemaron su camiseta en 2010 tras su traspaso a Miami rescataran de las ascuas los restos humeantes de su nuevo y esperanzador futuro. Porque, para que engañarse: LeBron es —para aficionados y agentes libres— sinónimo de éxito. Su figura es elevada a los altares, su rostro adorna las calles de la ciudad y sus posters son el espejo en el que se miran los jóvenes de Akron. Pero, ¿y si hubiera otra alternativa? Más desapegada de la realidad local de la ciudad, pero igualmente oriunda.

El aspirante

Por esas mismas fechas, pero cincuenta años antes, nacía, en la localidad de Harrisonburg (Virginia), Dell Curry, el que fuera base de los Hornets durante diez años (1988-1998) y mejor sexto hombre de la temporada 1993/94. Fue elegido en el puesto 15 del Draft del 86' por Utah Jazz pero, casualidades de la vida, fue traspasado a Cleveland en su segunda campaña como profesional, ciudad en la que permanecería apenas un curso antes de marchar a Charlotte, pero de la que saldría convertido en padre.

Dell Curry durante su etapa en los Cavs. Fotografía: Getty Images.

Un 14 de marzo de 1988 —cuatro años después del alumbramiento de LeBron—, Sonya Curry rompía aguas mientras su marido se encontraba en el Madison jugando un partido frente a los Knicks. Por supuesto, ella se había quedado en la ciudad y, solo con la ayuda de la novia de Brad Daugherty pudo llegar al Hospital de Akron, donde nació, apenas dos horas y media después de su ingreso, Wardell Stephen Curry II. "Por eso él hace todo muy rápido también en la cancha", dijo su mamá en la CBS tras ver como su hijo se colaba en las finales.

La temporada estaba tocando a su fin y, con esta, la estancia de Dell y su familia en Cleveland, pero el primer mes de vida de Stephen fue suficiente para que, desde la cuna, se impregnara de la magia del basket. Así, con dos semanas, asistió a su primer partido de la NBA, en el viejo Richfield Coliseum, donde pudo presenciar en directo a nada menos que los Chicago Bulls de Michael Jordan, que eliminaron en el quinto partido —cuando todavía era a cinco juegos— a los Cavs de Dell en la primera ronda de los Playoff de aquella temporada. Y con "presenciar" no es una forma de hablar: "Estaba dormido —dijo Sonya— y, cuando entramos al pabellón, sus ojos se abrieron de par en par durante todo el juego. ¡Todo el juego! Y entonces, tan pronto como nos fuimos y llegamos a la habitación, se fue a dormir. Desde aquel momento ya sabíamos que estaba en sintonía con el baloncesto en todos los sentidos".

Ese curioso bebé, 21 años más tarde era elegido en el puesto número siete del Draft de 2009 por otra franquicia que, al igual que Cleveland Cavaliers, sufre una sequía de títulos que se extiende 40 años en el tiempo: Golden State Warriors, muy a pesar de su madre. "Pensé que iba a Nueva York, porque eran la siguiente elección", recuerda Sonya. "Los chicos que traen las gorras para los novatos se equivocaron esa noche y pensé: 'Gracias a Dios, Golden State no va a buscarlo'. Y luego vinieron a nuestro alrededor y trajeron la gorra de los Warriors y yo estaba como, 'OK, sonrisa, sonrisa'. Porque para mí, se trataba de procesar que se iba a la Costa Oeste. Pero es un trabajo y damos gracias a Dios por ello", aseguró emocionada.

En aquel momento, el equipo de California acumulaba una efímera clasificación para los Playoff en quince años. Hay que remontarse a la época de la TMC (Tim Hardaway, Mitch Richmond y Chris Mullin) de principios de los noventa tras aquellas míticas semifinales de conferencia frente a Los Ángeles Lakers en 1987. Ahí, Curry ni siquiera había nacido y, con el traspaso de Richmond a los Sacramento Kings, ni Don Nelson desde el banquillo, ni Chris Webber en su temporada rookie ni Latrell Sprewell ejerciendo de líder pudieron encauzar del ritmo de unos Warriors que soñaban con conseguir su segundo anillo de campeón tras 20 años —en este momento 40— de vacío.

Pero ese bebé curioso de Akron, 21 años más tarde, tenía también una promesa que hacer a su gente, que no era otra que los fans de Golden State. "Vamos a resolver esto... Aunque sea la última cosa que hagamos", escribió Curry en su cuenta personal de Twitter apenas un mes después de comenzar su temporada de novato y con el equipo muy lejos de las expectativas de los fans. Y hoy, están en las finales de la NBA. La culpa, en parte, la tiene Bob Myers, general manager de los Warriors, que ha sabido ensamblar desde 2011 un roster joven y sumamente talentoso, con un Klay Thompson en fase de eclosión, con Draymond Green como baluarte defensivo y Andre Iguodala aportando la veteranía necesaria para dejar a un paso de la gloria al que, para muchos, ha sido el mejor plantel del curso. Pero, sobre todo, por un Stephen Curry estelar, inclasificable. Haciendo bailar a los rivales, vibrar al público y reventando estadísticas hasta convertirse en el MVP menos discutido de los últimos años.

LeBron: "A Stephen Curry le pasa lo mismo que a mi: no se le puede parar"

En un nuevo alarde de modestia, el propio LeBron se deshizo en elogios el pasado jueves ante el jugador franquicia de los Warriors: "Con Stephen Curry pasa lo mismo que conmigo: no se le puede parar". Y no le falta razón, ni su excelente —y francamente justa— concepción de sí mismo, ni en los piropos dedicados a su compatriota de Akron, una ciudad que vivirá, posiblemente, las finales más intensas de su historia a partir del próximo día 4 de junio, aunque el propio Dell Curry reconozca que la partida de nacimiento de su hijo no vaya a ser suficiente para ganarse la preferencia de sus paisanos del sur de Cleveland.

No deja de ser curioso que, hasta el advenimiento de estas dos estrellas, la ciudad de origen de James y Curry tuviera como ídolo local a Nathaniel Thurmond, uno de los pívots defensivos más intimidatorios de las décadas de los sesenta y setenta y, según dicen los expertos, una de las grandes amenazas en la pintura para centers de la talla de Kareem Abdul-Jabbar y Wilt Chamberlain. No es de extrañar pues, que 'Nate el Grande' —como se le conocía por las canchas en aquellos años— se ganara la admiración de su ciudad natal, pero repasando su trayectoria encontramos una bonita coincidencia: en sus más de veinte años como profesional, los Chicago Bulls (1974-76) fue su destino más sonado, pero no el mejor recordado por el viejo Nate, que pasó su vida defendiendo la camiseta de los San Francisco / Golden State Warrios (1965-74) y finalizó su carrera en el equipo de su ciudad, los Cleveland Cavaliers. Dos equipos que, ironías del destino, se disputarán este año, en 2015, el trono de campeón.

Nate Thurmond con los Warriors. Fotografía: Yard Barker.

James contra Curry, Curry contra James; caballero de Akron versus guerrero de Akron. Son los detalles, pequeñas casualidades, que nos trae una final como esta, un emparejamiento como este. Y es que, a pesar de lo extensísimo del calendario NBA, será tan solo la segunda vez que estas dos fieras se vean cara a cara sobre el parquet con sus actuales equipos, exceptuando la pachanga del All Star. Ese primer ensayo inconsciente de cara a las finales fue el 26 de febrero en Cleveland, en un encuentro que se llevaron los Cavs por 110-99 tras una de esas noches mágicas de LeBron: 42 puntos, 11 rebotes y cinco asistencias. Aquel día, Curry no cuajó su mejor partido y, aún así, firmó 18 puntos, seis rebotes y tres asistencias.

Un frase, manida a más no poder, podría resumir en pocas letras en duelo del año: "Tienes que vencer a los mejores para ser el mejor", como declaró Dell Curry tras la clasificación de Golden State frente a Houston. "Es un viejo refrán, pero es la verdad. Y LeBron es el mejor del mundo. Ha estado allí, él lo ha hecho antes, sabe cómo preparar a su equipo. El hombre puede ganar una serie por sí mismo", apostilló el padre del gran aspirante a derrocar al Rey de Akron para, quizá, relevar al cuatro veces MVP como icono de la ciudad. Será difícil que esto ocurra, aún incluso con Curry encajando en su dedo índice el anillo de campeón —el desparpajo fuera de la pista en esa familia se lo ha llevado todo su hija Riley y el apego del warrior por su estado natal es, a los flashes, mínimo—, pero dentro de unos años la Akron podrá alardear de haber visto nacer a dos de las grandes estrellas de la historia —pues ya han hecho historia ambos— de la NBA. Entre tanto, Dell recuerda lo caprichoso del destino: "Es un poco irónico que él vuelva de nuevo a Cleveland, donde entró en el mundo, para tratar de conseguir el campeonato del mundo"; como igual de irónico es que LeBron y Stephen compartieran cuna en auqella ciudad del interior de la que hablaba 'King James'.