Si una curva es una sucesión continua de puntos trazados que varía de dirección continuamente, la vida podría ser la sucesión continua de instantes con un destino sin definir. Hoy hace diez años un instante cambió totalmente la vida de Joseba Beloki.

El Tour estaba en plena celebración de su centenario cronológico. Hacía cien años Maurice Garin era el primero de los 60 locos que se atrevieron a participar en una ronda que daba literalmente la vuelta a Francia y la organización quería que cada etapa fuera una fiesta y la edición fuera memorable. Sin duda fue así.

Armstrong atacaba el trono de Indurain. Si ganaba la competición el navarro ya no sería el único del club de los 5 Tour que los había conseguido ininterrumpidamente. Y la historia de sus cuatro Tour anteriores hacía presuponer que no le sería difícil conseguirlo.

Delante tendría los de siempre: Ullrich llegaba con las dudas que creaba su positivo por anfetaminas un año antes y Beloki quería dejar de ser el tercero en discordia. Segundo en 2002 y tercero en 2000 y 2001, su idea era asaltar el cajón más alto del podio. “Ya sé lo que es el podio. Quiero pasar al ataque desde lejos y buscar el día malo de Armstrong”.

Podio sorpresa

La historia de Joseba con el Tour nace en 2000, cuando corría en un Festina encabezado por Moreau y tenía en sus filas a Ángel Casero, quinto la edición anterior. El corredor vasco había aterrizado en el conjunto francés después de buenas actuaciones en las montañas del Dauphiné o la Volta del 1999. Un tercer puesto en el Campeonato de España con el Euskadi del maillot blanco y azul adornaba su humilde palmarés.

Nadie mencionó su presencia los días previos del Tour. Heras, Escartín, Jiménez, Olano… Los medios escribían sus nombres y a Joseba no se le esperaba. Pero estaba. Llamó a la puerta tímidamente en Hautacam el día que Otxoa tocó el cielo y entró finalmente en el Mont Ventoux, tercero detrás de Pantani y Armstrong. ¿Quién era ese tipo que se codeaba con los grandes? Sí, había hecho una buena vuelta a Romandía, segundo, pero como tantos otros anteriormente. Quien fuere, acabó en París escoltando a Armstrong y Ullrich y recogiendo el testigo de Escartín en el podio.

Al año siguiente ya no llegaría de tapado, sino con la obligación de demostrar que lo suyo no había sido flor de un día. Con la Volta a Catalunya como carta de presentación y defendiendo el rosa de la ONCE, anduvo siempre un paso por detrás del americano y el alemán, e incluso sufrió para quitar el tercer puesto de Kivilev en la última contrarreloj.

En 2002 la ausencia de Ullrich le permitió ser el primero después de Armstrong y convertirse en el corredor español más regular en la Grande Boucle desde Indurain. El americano no mostró ninguna dificultad para llegar de amarillo a París y la sensación era que Beloki estaba lejos del nivel del de US Postal. Meses más tarde Beloki sería tercero en La Vuelta, convirtiéndose en el cuarto español que conseguía doble podio en el binomio Tour-Vuelta el mismo año.

En 2003, un Tour de contrastes

Tendría que llegar la edición del centenario para poder descubrir al Beloki más ambicioso. No mintió cuando dijo que pasaría al ataque. En las primeras etapas de montaña se le veía con ganas de demostrar al mundo que podía ser importante. Que podía correr de tú a tú contra Lance para batirlo. Y así fue. Se movió y lo intentó el día que Mayo pareció Pantani en el Alpe d’Huez, y aprovechó la vigilancia a que Lance estaba sometido para intentar la aventura en solitario. No fructificó, pero Beloki fue leal y fiel a sus palabras.

La presencia de tantos españoles en cabeza y la idea de ver caer el monopolio Armstrong intrigó a los aficionados españoles. ¿Sería verdad que Armstrong es batible? Finalmente no lo fue, pero siempre quedará la duda de qué hubiera pasado si Beloki hubiera llegado a París.

El vasco se quedó en el camino, en los suelos del descenso de La Rochette. Un doble latigazo de su rueda posterior le mandó al pavimento, para no volver a levantarse. Un instante. Sus lágrimas y aullidos resonaron en todas las televisiones del mundo, que vieron el rostro compungido de la desilusión, la rabia y el dolor más profundo; del quererlo todo y quedarse en nada.

La imagen de Lance esquivando el impacto y atravesando un campo con la bici para reengancharse a la carrera quedará para siempre en la historia del Tour.

En plena recuperación, el futuro del guipuzcoano era una incógnita. El grupo ONCE desaparecía y varios equipos se interesaron por él, aunque finalmente optó por aceptar la oferta del modestísimo Brioches La Boulangère. Su fichaje, inesperado del todo, sería comparable a si Iniesta recalara en el Elche después de una grave lesión.

Nada sería lo mismo. Molestias, medicamentos no habituales… el entendimiento entre corredor y equipo nunca fue fluido y a falta de dos semanas para el inicio del Tour rompieron la relación. Intentó agarrarse al Saunier Duval para “demostrar lo que soy” antes de volver con Saiz en 2005 en el Liberty.

Pero ya era tarde. El tiempo de Beloki quedó anclado camino a Gap en aquella curva maldita que diez años después aún nos cuestiona si Armstrong hubiera ganado de no haber sido por la desgracia. Quién sabe.

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Sobre el autor
Bernat Coll
Amante del deporte. Ciclismo en particular. Me gustan las historias humanas, las que no se ven pero se sienten.