La historia de las grandes carreras se forja con grandes rivalidades. En el Tour se vivieron grandes enfrentamientos entre Anquetil y Poulidor o Merckx y Ocaña y en el Giro siempre hay que destacar la batalla entre Fausto Coppi y Gino Bartali. La Vuelta, que siempre ha sido la tercera grande en discordia, también tiene su gran duelo, que llenó páginas y páginas de los diarios, que casi llegó a dividir al país y que tuvo momentos de gran tensión. Este es el caso de Federico Martín Bahamontes y Jesús Loroño.

Tanto uno como el otro eran bien diferentes. La historia de Loroño no tiene desperdicio. Nació en una caserío de Larrabetzu (Vizcaya) y tan solo tenía 11 años cuando estalló la Guerra Civil. Su pueblo estaba cerca del Cinturón de Hierro, la línea defensiva republicana creada en torno a Bilbao, donde Jesús cavaba trincheras por un duro al día.

Al finalizar la Guerra Civil, era demasiado joven como para ir a un campo de concentración y, tras la muerte de su padre en 1941, tuvo que trabajar cortando leña, empleo al que acudía en bici. Así comenzó su afición hasta que comenzó a competir en carreras, entrenando de noche a escondidas bajo la amenaza de su madre de tirar la bicicleta por un barranco por el temor de que su hijo enfermase en las frías y húmedas noches vascas.

Cuando estaba a punto de emigrar a Chile con uno de sus hermanos, Loroño fue llamado al servicio militar donde coincidió con un aficionado al ciclismo. En 1947 disputó su primera carrera, la Subida a Naranco, contra profesionales, una prueba de dos días. El primer día fue tercero, el segundo ganó la etapa y la general.

Por otro lado estaba Bahamontes, con una vida algo más plácida en Toledo. Desde joven trabajó de repartidor tirando de un carrito con su bicicleta, pero en el que llevaba mucho peso. Así desarrolló un estilo inconfundible: espalda recta, manos en el centro del manillar, ágil cadencia y movimientos acompasados con la cabeza. Primero lanzaba un ataque y cuando veía que le seguían volvía a acelerar, momento en el que pocos continuaban a su estela, ya que sabían que más tarde lo pagarían.

El inicio de la rivalidad

En la Vuelta a España de 1955 vivirían su primeros roces, ya que ambos fueron encuadrados en el Equipo A de España. Por aquella época, la Vuelta se corría por selecciones. Previamente, Loroño había ganado el premio de la montaña en el Tour de 1953, y le sucedería en el palmarés nada más y nada menos que Bahamontes.

El hecho de compartir equipo ponía en relieve hasta qué punto eran incompatibles El León de Larrabetzu y El Águila de Toledo: el primero más reservado, pero muy orgulloso, mientras que el manchego era más impredecible, actuaba por instinto y era insensible a las expectativas puestas sobre su persona, es decir, unos días dejaba a todos boquiabiertos con sus exhibiciones, al día siguiente no era capaz de aguantar en el pelotón.

En la Vuelta de 1955 ambos partían como líderes del equipo español, pero también Miguel Poblet, Salvador Bottela y Bernardo Ruiz. La anarquía reinaba en el equipo nacional, ya que el ciclismo patrio de aquella época no concebía aún el término equipo. La prueba más clarividente se produjo en la etapa entre Zaragoza y Lleida. Loroño era el maillot amarillo y se formó una fuga con los franceses que le aventajaba en doce minutos. Botella, Masip y Poblet estaban en un grupo intermedio, pero no esperaron al vasco, que tuvo que buscarse las castañas él solo, logrando cazar a este grupo, pero sin ser capaz de salvar el liderato. Bahamontes, al ser preguntado por este tema esa misma noche, respondió: "Somos cinco que estamos unidos, porque estamos hartos de Loroño y de lo que nos dice".

Un año después, Luis Puig, director del equipo español trató de dejar claro los roles: Poblet iría a por triunfos de etapa, Bahamontes y Loroño a por la montaña y Botella a por la general. Tras la contrarreloj, Bahamontes se puso segundo en la general a ocho segundos del líder, el italiano Conterno, con cuatro etapas de montaña por delante. Todo parecía idóneo para el toledano, pero la mala suerte le visitó, ya que se cayó después de que se bloquease la dirección de su bici. Logró reintegrarse en el pelotón antes de Urkiola e incluso lanzó un ataque. Fue líder virtual, pero Conterno le alcanzó y bajando, algo que no se le daba bien a Bahamontes, se descolgó. Loroño ganó la etapa tras atacar en Santo Domingo, la última ascensión de la jornada, y se colocó tercero de la general, a solo 35 segundos de Bahamontes.

En la etapa siguiente, camino de Vitoria, el toledano pinchó en varias ocasiones. Conterno atacó en bloque y Loroño se fue con los italianos. Bahamontes pasó a ser cuarto en la general, mientras que Loroño se colocó segundo. En la última etapa lo intentó el vasco, pero la colaboración de los extranjeros entre sí, unida a la inestimable ayuda de Bahamontes a Conterno, al que remolcó durante varios kilómetros, impidió a Loroño ganar la Vuelta, que se fue a parar al palmarés del italiano.

Explota la tensión

Luis Puig quería la victoria de un español tras dos años de victorias foráneas. La polémica de quien sería el líder quedo zanjada ya que el director del equipo nacional dijo que sería aquel que estuviese mejor clasificado. En la tercera etapa con final en Mieres, Loroño estaba despistado, algo que aprovecharon Bahamontes y Botella para meterse en una fuga. El toledano fue muy superior, ganó la etapa y se vistió de amarillo por primera vez, metiendo 14 minutos al pelotón.

Loroño enfadado, era tercero de la general y no tuvo apoyo del equipo. Trazó el plan de su venganza para la etapa siguiente, camino de León, en Pajares. El vasco logró meterse en una fuga, abrió hueco con el pelotón pero la nieve obligó a la suspensión de la etapa. Loroño estaba enrabietado, y los ciclistas tuvieron que volver a Mieres para coger un tren y llegar a León. En las etapas siguientes, de camino a Madrid, hubo un cambio de líder, distinción que recayó en Botella. En la sierra madrileña, en concreto en el Alto de los Leones, se produjo un raro episodio de compañerismo, ya que Loroño esperó a Bahamontes para ascender juntos y el toledano se puso segundo en la general. Tras la etapa, el manchego declaró: "Loroño ganará la montaña. Este no es mi objetivo, yo voy a por la general".

Foto: Marca

En Cuenca recuperó el amarillo, todo se iría al garete dos días más tarde. El pelotón había llegado a la costa levantina e iba remontando por la línea de mar desde Valencia hasta Tortosa. La cercanía de la playa parecía implantar en los ciclistas un espíritu vacacional tanto en esta ocasión como en otras. Gran parte del pelotón se dedicó a sestear, pero no todos. Bernardo Ruiz, que corría en esta ocasión con el equipo regional mediterráneo para no "hacerle de niñera a Bahamontes", según sus palabras. El talentoso ciclista levantino se acercó a Loroño y le susurró al oído: "Vente conmigo". Ambos lograron meterse en la escapada del día y, cuando Bahamontes se dio cuenta de que la fuga iba enserio y podía perder el liderato, trató de reaccionar, pero Luis Puig cruzó el coche en la carretera mientras sus gregarios le agarraban.

Loroño se puso líder mientras que Bahamontes pasaba a ser tercero. El toledano no pudo contenerse en esa noche, estuvo lanzando pestes sobre el vasco hasta que este le agarró de la pechera espetándole: "¿Qué problema tienes?". Acto seguido, Bahamontes se retiró a su habitación y pidió que le llevasen la cena porque Loroño "quería pegarle". La tensión entre ellos era palpable, al límite de la violencia, algo que explotó la prensa, como por ejemplo La Gaceta del Norte, que tituló antes de la contrarreloj entre Zaragoza y Huesca: "Bahamontes = el enemigo número uno de Loroño".

Una tregua testimonial

Ambos firmaron una gran crono en la que venció el vizcaíno, solo seis segundos mejor que Bahamontes. Luis Puig fue amenazado por la Federación Española de expulsar a los dos ciclistas si no dejaban de pelearse, por lo que aprovechó la ocasión para organizar el Armisticio de Huesca, en el que ambos corredores se estrecharon la mano mientras por la noche, en el hotel, todo el equipo brindó por la unidad. En Bilbao, sede de la última etapa de aquella Vuelta, se vivió una fiesta. Se aclamó a Loroño, ganador de esa edición de la ronda española tras varios años de dominio extranjero, pero es que el podio estuvo copado íntegramente por españoles: Bahamontes fue segundo y Ruiz tercero.

Un año después estos dos ciclistas volvían a verse las caras para protagonizar el enésimo enfrentamiento Bahamontes-Loroño. Luis Puig no dejó claro quien tendría el rol de líder al inicio de la Vuelta: "Loroño es de salida el elemento más fuerte del equipo, pero Bahamontes tendrá los mismos privilegios". Acerca de si los roces entre estos dos hombres podrían suponer un problema, Puig respondió que serían bienvenidos "si se ajustan a las premisas de la deportividad e indican deseos de superación".

El León de Larrabetzu no comenzó en forma la Vuelta, parecía agotado y le costaba coger el ritmo. Por otro lado, Bahamontes estaba alerta siempre y en la etapa camino de Zaragoza saltó tras Stablinski, al que consideraba peligroso. Estos dos se unieron a nueve corredores que iban por delante para formar una fuga muy interesante. Entonces, Loroño cometió un craso error. Saltó del pelotón sin pensárselo dos veces y se llevó a su rueda a Couvreur, uno de los máximos favoritos, y otros dos hombres. El vasco logró cerrar el hueco con el grupo de Bahamontes, lo que catapultó al francés Couvreur al liderato, privando al toledano de semejante honor. Puig reprendió al vizcaíno, que prometió tener más compromiso, pero la situación se deterioraría en las próximas jornadas.

Poco después, camino de Barcelona, Bahamontes aprovechó la confusión surgida en el avituallamiento para marcharse y distanciar a Loroño, pero Puig le cerró el paso con el coche y le obligó a esperar al vasco. Mediante la intervención del director del Faema, Miguel Torelló, los dos ciclistas se dieron otro apretón de manos en la Ciudad Condal.

Mientras la carrera avanzaba con rumbo a la Cordillera Cantábrica, surgió la figura de Fernando Manzaneque que, pese a los intentos de Bahamontes y Loroño en la montaña, era el mejor situado en la general, liderada por Rik Van Looy gracias a las numerosas bonificaciones en meta. Manzaneque tenía a dos gregarios de lujo, el toledano y el vizcaíno, pero estos se volvieron a enzarzar en sus disputas. Ambos iban escapados en Pajares, pero Loroño se enfadó cuando Bahamontes no le dejó cruzar en primera posición por la cima cuando el vasco estaba disputando a Couvreur la segunda plaza de la montaña. Molesto, Loroño se negó a relevar en el descenso y fueron neutralizados. La Vuelta la ganó Stablinski tras la retirada de Van Looy y pese a la caída provocada por un cruce de un perro en la última etapa.

Esta fue la última ocasión en la que Bahamontes y Loroño compartieron equipo. En 1992 El Águila de Toledo declaró: "La rivalidad Bahamontes-Loroño fue un invento de un periodista, el señor Ubieta, para hacer buenas crónicas. Algunas cosas eran ciertas, pero otras eran imaginaciones. Loroño nunca me dio guerra". En cambio, El León de Larrabetzu no pensaba lo mismo: "¿Nuestra rivalidad? Era lógica, porque éramos dos gallos en el mismo corral. Ambos éramos ambiciosos y siempre queríamos ganar, y esto creaba tensión".

Años después se demostraba que estaban destinados a no entenderse nunca. Esta fue la mayor rivalidad del ciclismo nacional, con dos superclase a los que sus ansias de ganar a su máximo rival les impidió tener un palmarés mayor. Aquella era otra época, otro ciclismo en el que el concepto de equipo aun no estaba muy arraigado pero, sin duda, dejaba historias como esta, en la que dos grandes figuras de este deporte se enzarzaban en continuas disputas.

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