Fuera por donde fuera le paraban. Le pedían una foto, un autógrafo, un simple saludo al grito de "Monsieur París-Roubaix". Roger de Vlaeminck fue el mayor tirano visto sobre el Infierno del Norte, que para él pasó de ser el averno a ser el firmamento. Sobre el pavés francés forjó su leyenda, la historia de un hombre del que se decía que era capaz de desesperar al Caníbal, a Eddy Merckx, el único junto a Luis Ocaña que lo consiguió en el culmen de la carrera del belga.

Clasicómano completo como pocos, su historia ciclista comenzó a ser una epopeya desde sus inicios. Primera carrera profesional, Het Volk de 1969, y ¡victoria! Su figura y su nombre comenzaban a sonar en un pelotón arrasado por Eddy Merkcx. Pronto demostró su valía en Lieja-Bastoña-Lieja, cerca de su localidad natal, Eeklo, en el Flandes oriental. Era 1970 y estrenaba su palmarés de grandes carreras en esta clásica de cotas. Pero, como buen flamenco, amaba el adoquín.

Roubaix, escenario de la épica

1972 sería su primer gran año, la temporada en la que apagó el fuego del Infierno del Norte. Una fiera había aterrizado en Roubaix e iba a proponerse romper las piedras de esta carrera. Pronto volvería a campeonar en esta prueba. En 1974 logró su segundo entorchado en la clásica francesa y repitió en 1975. Y en 1977 se llevó su cuarta piedra de Roubaix. Pero le faltaba ganar en su tierra, en su casa, en Flandes. Así que. una semana antes de lograr el póker roubaixero, venció en De Ronde Van Vlaanderen. Cinco monumentos de piedra había caído en poder de la temible fiera del adoquín.

El secreto de De Vlaeminck estaba en su pasado. Como buen belga, no solo era un apasionado del ciclismo en carretera, también del ciclocross. Y no se le daba mal. Al igual que las piedras francesas, el barro sucumbía ante sus pedaladas. Fue doble campeón del mundo de la especialidad, como amateur y como profesional. Esta experiencia le dotó de una técnica para controlar la bicicleta en los tramos de pavés que otros no poseían y, sobre todo, confianza y valentía.

Foto: Cycleefix.com

No solo pavés

Pero no solo era capaz de hacer explotar a sus rivales en el adoquín. Si bien es cierto que era el hábitat donde podía dar rienda suelta a toda su habilidad, sentido de la carrera y punta de velocidad, era capaz de ganar en otros terrenos. Logró tres triunfos en Milan-San Remo, haciendo gala de una gran capacidad para el sprint y un sentido táctico digno de los mejores velocistas del momento. Pero hizo hincar la rodilla a Eddy Merckx en una carrera por etapas.

Era 1975 y se disputaba la reputada Vuelta a Suiza, considerada la cuarta grande. De Vlaeminck estaba en estado de gracia, en racha, y era capaz de brillar en todo tipo de terrenos. Y lo hizo en la montaña helvética. Líder de principio a fin, sin rival, El Caníbal no pudo ni soñar con la victoria ante un rival que no partía como gran favorito pero que rompió todas las quinielas con un estado de gracia que sorprendió a todos menos a aquellos que sabían todo lo que podía dar de sí.

Este mito de la bicicleta se centró en las carreras de un día y su palmarés es casi tan extenso como el recorrido de Milan-San Remo: cuatro París-Roubaix, tres Milan-San Remo, dos Giros de Lombardía, un Tour de Flandes, una Lieja-Bastoña-Lieja, una Flecha Valona, una París-Bruselas y la Vuelta a Suiza de 1975. Con una sangre fría, casi helada, y "sin pedalear nunca de más", como dijo en su día Francesco Moser, De Vlaeminck ha sido uno de los mayores prodigios que ha dado el ciclismo. Temido por Bernard Hinault y por Eddy Merckx, 257 victorias profesionales son el resultado de su trayectoria ciclista. Llamarle Monsieur París-Roubaix es casi desprestigiar su palmarés, sería más justo apodarle Monsieur Veló.