Un equipo fabuloso sobre el campo y dos pelotones de ejecución separados de puertas para dentro, que cada día vivían una nueva batalla de manera literal para proteger su terreno. Estoy hablando del Lazio de los años 70, conocido como “ El Grupo Salvaje”.

Aquella época laziale transcurrió como si de una película del salvaje oeste americano se tratase o si la representación del Padrino se diese cada día en las calles de Roma; peleas, disparos, sangre, líderes totalmente fuera de control capaces de acogerse a códigos de honor infranqueables.

Puede que la propia marca genética de un equipo como el Lazio, fundado por el oficial fascista Luigi Bigiarelli, capaz de desafiar al propio Mussolini (reconocido seguidor de la Roma), actuase como un fatídico imán a la hora de reunir una colección de delincuentes, fanáticos, pendencieros y ex soldados que además tenían la rara particularidad de jugar al fútbol como los ángeles.

Aquel equipo capaz de vencer al Scudetto imponiéndose a la Juve de Capello, Zoff, Gentile y Rossi, al Milán de Rivera y al Inter de Facchetti, Scala y Boninsegna, estaba entrenado por Tommaso Maestrelli, un genio tenaz y con grandes métodos de psicología capaz de lidiar con ese vestuario que daba miedo a todo aquel que entraba por primera vez.

Dos eran los líderes absolutos del equipo, ambos eran los “capos” de sus respectivas bandas. Por un lado John Chinaglia, conocido como “Long John” delantero centro y “capocanonieri”de aquel año, reconocido fascista y enamorado de las armas (en su bolsa de deportes acomodaba junto a sus botas una Magnum del Calibre 44).

El otro bando era gobernado por el lateral izquierdo Gigi Martini, implacable defensa que no dudaba en llevar a la lona al contrario cuando su cabeza se lo imploraba. Se dice que tenía especial predilección por disparar a las farolas durante las concentraciones.

Los dos grupos pasaban la semana sin hablarse, sin cruzar el territorio enemigo, sin regalarse una mirada y los entrenos eran cruentas batallas, que muchas veces acaban en disparos. Con cualquier roce o discusión se liaba la guerra. Los partidos de entreno no tenían fin. Ninguno de los dos bandos querían perder y mucho menos abandonar, por lo que casi siempre Maestrelli lo dejaba en tablas para que la vida continuara.

Mención especial merecen las concentraciones de aquel Lazio. Uno de los jugadores que integró aquel equipo, el centrocampista D’Amico llegó a explicar que “había dos equipos distintos, ni nos veíamos en los hoteles. Si un grupo ya había utilizado un secador de pelo por ejemplo, el otro no se atrevía ni a tocarlo”.

Solamente sobre el césped ambos grupos dejaban a un lado sus odios y diferencias, por un bien común. Por ejemplo si el delantero Chinaglia recibía una dura entrada del equipo rival, la banda de Martini se lo hacía pagar bien caro al equipo contrario. Así se fue elaborando el Scudetto más sorprendente de toda la historia del Calcio.

Los números del campeón no dejan lugar a dudas de que aquel equipo se consagró y logró ganar la batalla al resto. Solamente cinco derrotas (ganó 18 partidos de 30), se llevó el trofeo de máximo goleador por medio de Chinaglia y le sacó diez puntos a la Juventus.

La mayor parte de mérito de aquel Scudetto habría que atribuírsela al entrenador Maestrelli, que consiguió no solo mantener vivos a todos sus jugadores durante aquel año, sino que les hizo campeones de la Serie A, siempre con sus “métodos” de Vito Corleone.

“Don Tommaso” era capaz de regalarle los oídos a Chinaglia, otorgándole el poder del vestuario para luego en privado decirle lo mismo a Martini y proclamar su desprecio por “Long John”. Así era aquel mister, muy diferente a lo que hoy se sienta en los banquillos.

El riesgo nunca abandonaba a Maestrelli, que se las veía y deseaba en cada concentración del equipo para confiscar el armamento con el que sus chicos llegaban a los entrenos y a los partidos: bates de béisbol, navajas, pistolas y otros enseres que sus muchachos coleccionaban.

Aquel equipo inestable mentalmente y contundente sobre el terreno de juego tuvo una corta vida, debido a un hecho que cambió la historia de ambos bandos. Un día de mayo de 1977 Luciano Re Cecconi, apodado “El ángel rubio”, sensacional interior izquierdo querido por las dos facciones del vestuario por su sentido del humor y un gran aficionado a las armas, entró junto a su compañero Ghedin a una joyería propiedad de un amigo para gastar una broma.

Pero aquel día su broma le iba a costar muy cara. El joyero al oír las palabras “esto es un atraco, manos arriba” se giró y sin pensárselo dos veces desenfundó sobre el cuerpo de Cecconi que mientras susurraba “era una broma” falleció.

Días después los clanes de Martini y Chinaglia se unían por primera y última vez de forma pacífica para ofrecer una corona a su compañero muerto. Aquello supondría el fin del Grupo Salvaje. Después de aquel año se iniciaría la diáspora de jugadores, dejando tan sólo el recuerdo de aquel Scudetto de pistolas.

Giorgio Long John Chinaglia fue el corazón de aquel equipo de "locos, salvajes y sentimentales, simpatizantes fascistas, pistoleros y paracaidistas, jugadores de azar y bailarines de club nocturno; era un equipo dividido en clanes, con dos vestuarios; quien entraba en la habitación errónea corría el riesgo de encontrarse con la amenaza de una botella rota bajo el cuello". La frase es de Guy Chiappaventi, periodista, tifoso “laziale” y autor de Pistolas y Balones, un libro sobre aquel grupo salvaje que dio al Lazio, en 1974, un inolvidable título de Liga.