Aquella camiseta negra y amarilla fosforescente Die Continentale de Nike ya es patrimonio del fútbol y uno de los primeros recuerdos balompédicos de los veinteañeros europeos. Con ella, el Borussia Dortmund, paradigma actual del nuevo fútbol teutón, conquistó Europa con vigorosidad, verticalidad y físico. Antes que los mejores jugadores alemanes fueran bajitos, morenos, talentosos y, en muchos casos, de procedencia dispersa, eran casi siempre rubios, altos, fuertes y fiables, como los coches, los alemanes. Ottmar Hitzfeld, entrenador de aquel Borussia, es al estilo germano antiguo lo que es Klopp al moderno.

Golpe a la hegemonía italiana

A mediados de los 90, la Juventus gobernaba Europa. Lo hacía con el hermetismo defensivo y el estilo sobrio característico de los clubes italianos unido a la clase diferencial del artesano Zidane, liberado por el numantino trabajo de su compatriota Didier Deschamps, quien dignificó la posición de pivote de contención en Europa. Ambos, uno más que otro, daban lustre también al pragmatismo de la selección bleu. El killer Vieri y el croata Boskic formaban una dupla realmente temible en la Juve, club que ya idolatraba a Del Piero, figura, con tan solo 20 años de edad, de la Copa de Europa 95/96 que ganó la Vecchia Signora. Sobre Ciro Ferrara y el charrúa Paolo Montero se edificaba la solidez defensiva de un equipo sin fisuras -que disputó tres finales de Champions consecutivas-, que sufrió su mayor resbalón de la década ante el Borussia en Múnich. Al inicio de los 90, los mejores futbolistas de Europa, en especial de Alemania, jugaban en Italia. Es el caso de Matthäus, Klinsmann, Effenberg, Sammer, Reuter, Möller, Riedle o Kohler; los cinco últimos participaron de la gran gesta del Dortmund años más tarde.

Al inicio de los 90, los mejores jugadores de Alemania, como Effenberg, Sammer, Klinsmann y Matthäus, jugaban en Italia

Tras los éxitos -nacionales y continentales- pretéritos, el Borussia forjó su leyenda en color a lo largo de los años 90. Al compás de la mística del Westfalenstadion, asaltado por el Atlético de Penev, Esnáider y Pantic en 1996, el Dortmund retomó el pulso con Bayern, Borussia Mönchengladbach y Hamburgo por la hegemonía teutona, que recuperaría, un tercio de siglo después, en 1995, para decepción del Werder Bremen de Rehhagel. Repitió un año más tarde como preludio al mayor hito de su historia. Y es que Ottmar Hitzfeld, quien llegó en 1991 coincidiendo con la creación de la primera Bundesliga, puso nuevamente en el mapa de la antigua República Alemania Federal esa pequeña ciudad industrial de Westfalia. En su primera temporada rozó el título, que evitó un cabezazo de Guido Buchwald a cuatro minutos del final de la campaña.

Dos años después, ese equipo con fama de segundón, acostumbrado a merodear por la parte baja de la tabla, disputaba, 28 años más tarde, una final europea, la de la Copa de la UEFA. La jugó y la perdió contra la Juventus, club sobre el que el Dortmund reescribió su historia. En un contexto de crisis futbolística nacional, por el estilo primario y anquilosado del balompié alemán, acentuado por la poca trascendencia de los clubes del país en el concierto internacional -el Bayern fue perdiendo progresivamente sus mejores jugadores y el último equipo en alzarse con el campeonato europeo hasta el Borussia fue el Hamburgo, en 1983- y de las continuas desilusiones de la Mannschaft, en lo que fue la antesala a la transición a la nueva filosofía de fútbol germano, el Dortmund se hizo un hueco en el Olimpo continental.

Vieja receta de la RFA

En mayo del 97, el Borussia derrocó a la idiosincrasia italiana con la vieja fórmula de la RFA: disciplina, compromiso táctico, voluntad de hierro y músculos de acero. Pese al 3-1, como de costumbre, los alemanes no jugaron mejor al fútbol, pero volvieron a encarnar el papel de malos de la película. Aquella, una de las últimas noches en alemán antiguo, el Dortmund aprovechó los resbalones de un rival que se mostró vulnerable por primera vez en dos años. Nunca se espera de un equipo italiano que se escurra en un córner, en una desatención a un centro y en un contragolpe, las tres maneras que encontró el Borussia de Dortmund para derrotar al Juventus en la final de la Copa de Europa”. Así abrió su crónica del partido Santiago Segurola para El País, crónica de un encuentro de infausto recuerdo para la Vecchia Signora, que recibió un exceso correctivo por parte de un equipo menos dotado y sin tantas virtudes como ellos.

El Borussia derrocó la supremacía italiana con la vieja fórmula de la RFA: disciplina, voluntad de hierro y físico

Karl-Heinz Riedle, el veterano ariete del Borussia, puso en jaque la supremacía de la Juve en cinco minutos. En el 29’, el púgil de la RFA aprovechó un error en la zaga italiana para batir a Peruzzi. Ya en el 34’, el propio delantero borussen cabeceó con contundencia a la red un saque de esquina para herir de muerte a una Vecchia Signora que fue mejor durante los compases iniciales e hizo un uso más equilibrado del balón. Lars Ricken fulminó a los italianos, que se acercaron con el tanto de Del Piero tras un fulgurante arranque de segunda parte. El centrocampista alemán, que había entrado un minuto antes de la acción del 3-1, culminó un contragolpe de libro con una vaselina a Peruzzi que echaba por tierra todo el empeño y trabajo bianconero durante la reanudación.

El campeón alemán menos prestigioso

Aquel Borussia no era favorito y no tenía ni el prestigio, ni el glamour, ni tampoco los jugadores del Bayern de mediados de los 70 -el de las tres Copas de Europa consecutivas-, ni de la Mannschaft del 72. Heinrich, Reuter, Sosa y Riedle no eran Netzer, Breitner, Beckenbauer, Hoeneß o Torpedo Müller. En aquel identitario conjunto alemán sobresalía Matthias Sammer, estandarte y capitán, mediocentro de culto, alemán oriental, reconvertido a líbero en una defensa de tres al más puro estilo Beckenbauer o Matthäus. Aquel año fue galardonado con el Balón de Oro. También lo hacía Andy Möller, el playmaker del Dortmund. Fue el gran talento -en su trato del balón- de la antigua RFA y la Alemania de los 90. Pulcro y refinado, él, un tipo bastante controvertido por su fama de quejica, ganó a la Juventus la Copa de Europa en el 97 con la zamarra del BVB; cuatro años antes había levantado la Copa de la UEFA con la Vecchia Signora que venció en la final a los borussens. El defensor Jürgen Kohler, solvencia teutona en su máxima expresión, también celebró ambos títulos junto a Möller.

El Borussia Dortmund fue el club hegemónico en Alemania tras la caída del muro de Berlín y el primero en levantar la Liga de Campeones

Heinrich y Reuter eran los carrileros de aquel esquema tan teutón (3-5-2), que pretendía la acumulación de efectivos en la zona central del campo. Paulo Sosa, ilustre representante de la Portugal de los 90 de Figo, Couto y Rui Costa, que actuaba como centrocampista puro, metrónomo del equipo, y que fichó en el 96 por el Borussia procedente, precisamente, de la Juventus, y el escocés Paul Lambert, peleón, actual técnico del Aston Villa, acompañaban a Möller en la medular. El suizo Chapuisat, delantero híbrido con capacidad para asistir y mucho recorrido, era el socio del estilete Karl-Heinz Riedle, el Lewandowski de aquel Dortmund, quien junto a Kohler y Möller ya saboreó las mieles del éxito con el triunfo de la Mannschaft en el Mundial 90. Chapuisat, firmado por Hitzfeld en su llegada, y Riedle, también repatriado por el técnico germano, formaban una dupla sin retórica pero altamente efectiva.

Meses más tarde, aquel equipo de Hitzfeld, quien reverdeció viejos laureles bávaros en 2001 con la cuarta Copa de Europa del Bayern, ya sin Hitzfeld ni Riedle, culminó su obra con el triunfo de la ya extinta Copa Intercontinental sobre el Cruzeiro de Dida y Bebeto.