Fue un jugador atípico. Su aspecto le diferenciaba del resto y su talento le apartaba de lo mundano. La coleta del vicentino se convirtió en un símbolo intrínseco al genial futbolista que pasó por numerosos equipos de la liga transalpina. Roberto Baggio nunca jugó otras ligas, Italia le veneraba, el “10” era leyenda en vida.

De inicios humildes, Roberto tuvo que luchar sin descanso en el camino pedregoso de las lesiones. La rodilla le frenó en diversas ocasiones, pero su carácter guerrero le colocaba otra vez en la escena. Ese lugar donde él siempre ansiaba estar, donde él se sentía vivo y donde recitaba sus más sinceras poesías al fútbol. Su prematura explosión se vio truncada por un infortunio en su rodilla, pero el Fiorentina le supo esperar. El diamante que habían fichado bien merecía la pena.

El tiempo dio la razón al equipo viola que disfrutó de su magia y su pasión. Baggio se convirtió en ídolo de los aficionados del conjunto de Florencia, los mismos que no entendieron su marcha a Turín. Enrolarse en las filas del Juventus, suceder a Platini, era un caramelo inigualable para Roberto Baggio que hizo las maletas en medio de las ácidas críticas que levantó en Florencia. Él confirmó que fichar por el Juventus no fue su intención, no eran palabras vacías. Se sentía especial en la Fiore.

Su lucha arraigada a su carácter indomable le hizo mantener intacto en la memoria el trato que el Fiorentina le dispensó. Aquella espera cuando su carrera pendía de un hilo le hizo guardar para siempre al conjunto en su corazón. Cuando las críticas arreciaban, en un Juventus-Fiorentina, Baggio se negó a lanzar un penalti. Genio y figura, esta decisión le llevó directo al banquillo donde recogió del césped una bufanda del equipo viola, tornando pitos por aplausos.

Para explicar la posición en el campo de Roberto, Platini contaba que no era un delantero, “un 9”, tampoco un “10”. Roberto era un “9,5”. “Roby” se divertía sobre el campo y en él tenía que poner en práctica toda la inteligencia con la que estaba dotado. Su corta estatura, apenas 174 cm, le obligaba a moverse sobre el césped con precisión meridiana y usar su técnica para romper defensas. En el país del catenaccio, Roberto Baggio era un poeta. Un romántico del fútbol.

En el Juventus alcanzó su cima. En el conjunto de Turín logró éxitos internacionales, algo con lo que se había topado en su etapa en Florencia. Los triunfos en la Vecchia Signora tardaron en llegar, no obstante, y tuvieron que pasar dos temporadas sin títulos para finalmente levantar la Copa de la UEFA (1992-1993). Tras otra temporada sin títulos, el genial futbolista se despidió de la Juve con un Scudetto y una Copa.

Fue Balón de Oro en 1993

Su prematura marcha del equipo juventino se debió a su segunda grave lesión en la rodilla que le alejó de los terrenos de juego durante 5 meses. Cuando el talento de Vicenza reaparecía, Alessandro del Piero irrumpía con fuerza y Baggio se vio obligado a cambiar de equipo.

Tras ser el fichaje más caro de la Historia del fútbol en el trasvase de Florencia a Turín, el futbolista hizo las maletas y puso rumbo a Milán. El equipo milanista le recibía con honores y el mediapunta contribuyó a ganar el Scudetto. Corría la temporada 95-96 y era su segunda Serie A consecutiva. A pesar de ello, en su segunda temporada en San Siro tuvo altibajos y finalmente dio un paso atrás para dar dos hacia delante.

Desde Milán Roberto Baggio voló a Bolonia en 1997. Su temporada fue magistral y firmó unos notables números goleadores que le sirvieron para recuperar el tiempo perdido. Il Divino Codino, como era llamado el futbolista de Vicenza, hizo caso a los cantos de sirena del Inter de Milán tras el Mundial de Francia’98. Baggio siempre comentó que su paso por el Meazza fue un error de su carrera ya que sus desavenencias con Marcello Lippi le impidieron brillar en el Inter. Tras dos temporadas en el equipo de Milán, Roberto Baggio fichó por el Brescia.

Los biancoazzurri le recibieron como a una estrella. Como lo que era. Dispuesto a restablecer sus días de gloria, Roberto Baggio firmó cuatro temporadas de ensueño. Su zamarra con el 10 nunca nadie la ha vuelto a vestir, muestra del eterno agradecimiento de la escuadra bresciana por el tremendo rendimiento que dio sobre el campo. En esta última etapa en la Serie A, Baggio coincidió con Pep Guardiola en el equipo lombardo. Al ex del Barcelona, tras su sanción de 6 meses, le entregó la capitanía del Brescia en un gesto de respeto.

Toda historia inigualable tiene un final sin igual. El destino quiso que Roberto Baggio se despidiera del fútbol una soleada tarde de Milán. Un 16 de mayo del 2004, el Brescia rendía visita al campeón, al Milan, y allí, con San Siro entregado, Roberto Baggio dejaba el fútbol. Se retiraba un fenómeno en Italia, decía adiós un mito que nunca quiso atarse a un asfixiante rigor táctico. Una leyenda que pudo ser aún más, pero fue lo que quiso ser.

Venerado en la Azzurra

Los genios tienen la inherente capacidad de caer de pie. Roberto Baggio debutó en competición oficial con Italia en una fase final, en casa. El Mundial del 90 barruntaba buenas nuevas para un conjunto italiano que aspiraba a alzar “su” Copa del Mundo. Dos años antes, en noviembre de 1988 Baggio había jugado su primer partido con la Azzurra frente a Holanda.

En la cita mundialista, Baggio se empeñó en dejar su sello. Tras partir como suplente, el tercer partido (Checoslovaquia) servía a él y a Squilacci, en ese momento delanteros suplentes, para reivindicarse. El gol de Roberto Baggio partiendo desde la medular abrumó al país y sorprendió al mundo. Su gran actuación le permitió ganarse la titularidad, un amargo recuerdo le lleva a Nápoles.

En la tierra donde un argentino es un dios – Maradona -, Italia sucumbió en los penaltis ante Argentina en San Paolo. En esta ocasión, Baggio sí anotó su penalti pero a pesar de todo veía como la selección italiana abandonaba de forma prematura el Mundial.

Su primera experiencia mundialista fue agria, pero peor es su recuerdo de los torneos continentales. Roberto Baggio nunca llegó a disputar una fase final de una Eurocopa ya que en 1992 Italia no se clasificó, Sacchi para la Eurocopa de 1996 no le llevó a Inglaterra, ni Zoff a la Eurocopa del 2000, ni tampoco Trapattoni para la del 2004 en Portugal.

En 1994, Baggio se consagra como futbolista y acude al Mundial siendo el mejor jugador del planeta (Balón de Oro 1993). En esta cita, Baggio hizo llorar a España y Nigeria con sendas actuaciones para recordar.

Sus tres goles (dos a Nigeria) sentenciaron a los africanos y a los de Clemente, pero aún faltaban otros dos para eliminar a la Bulgaria de Stoickhov en semifinales. Su recta final del torneo fue fabulosa (sus 5 goles de ese Mundial), pero el destino le aguardaba el peor de los momentos. El ya archiconocido fallo en la tanda final ante Brasil, que le daba el Mundial a los cariocas, le perseguirá eternamente en un alegato a la injusticia. Su legado y su recuerdo, es mayor que el fallo que le acompaña.

En Francia 98 no pudo desquitarse y, por tercera vez, los penaltis le alejaban del sueño mundialista. La anfitriona, de la mano de Zidane y una generación extraordinaria, eliminaba a Italia en cuartos. Baggio se marchaba de nuevo, aún sin saber que aquella cita sería su último gran momento con la Azzurra.

Juventus, Milan e Inter; solo 9 elegidos

Roberto Baggio llegó a vestir las tres camisetas con mayor solera del Calcio, sin embargo no fue el primero y tras él otros completaron la “Santa Trinità” del fútbol italiano.

Los dos primeros que vistieron las tres camisetas fueron Enrico Candiani (1918-2008) y Giuseppe Meazza (1910-1979). Hubo que esperar muchos años hasta ver a Aldo Serena vestir en 1991 la tercera de las camisetas, la del Milan. El protagonista del artículo, Roberto Baggio siguió a Serena y en 1998 firmaba por el Inter de Milán.

Fue en el 2004 cuando Davids completó el triplete fichando por el Inter, un año antes de que Vieri hiciera lo propio por el Milan. En 2006, el senegalés Patrick Vieira dejaba su sello en el Internazionale.

En los últimos años hemos visto como Zlatan Ibrahimovic y Andrea Pirlo se apuntaban a este selecto grupo de futbolistas. El sueco, tras llegar a Italia de la mano del Juventus (2004), firmaba por el Milan (2010), tras haber pasado ya previamente por el Inter (2006).

A su vez, el mítico Andrea Pirlo, aún en activo en el conjunto juventino y que inició su carrera en el Brescia, fue fichado posteriormente por el Inter (1998) donde coincidió con Baggio. En el 2001 llegaría al Milan, donde se hizo un nombre, para terminar firmando por el Juventus en 2011.

13 letras, una triste coincidencia

El destino y el recuerdo se entrelazan de forma caprichosa. Una carrera queda marcada por un fallo, una pena máxima lanzada al limbo. La injusticia de la nebulosa memoria en ocasiones impide ver la majestuosidad de una trayectoria extraordinaria.

Cuenta la leyenda que Zagallo, entrenador de aquel Brasil del 94, ya sabía que ese penalti no entraba, las 13 letras de su nombre le sentenciaban. Sin relacionarlos, Zagallo nos obliga a realizar una mirada retrospectiva a los momentos cruciales en los que grandes futbolistas han errado un penalti. Una pena máxima que les acompaña en el recuerdo, a unos más que a otros.

Diego Maradona, por muchos considerado el mejor futbolista de todos los tiempos, falló penaltis en momentos decisivos. El más recordado posiblemente fue el que menos trascendencia real tuvo sobre el devenir del encuentro. En la cita mundialista de 1990, Yugoslavia forzaba la prórroga y el “Pelusa” erraba su lanzamiento. La actuación del guardameta argentino Goycochea salvó a Maradona. El mito argentino, en 1996, falló 5 penaltis en 7 encuentros con la camiseta de Boca Juniors en el Clausura.

A otro argentino, a otro Xeneize, un penalti sí que le acompañará durante muchos años. Román Riquelme, en su etapa como futbolista del Villarreal guiaba con éxito al Submarino por los campos europeos hasta la visita del Arsenal londinense. En los minutos finales, Román gozó de la oportunidad de meter en la final a su equipo, pero no transformó la pena máxima y el Arsenal disputó el encuentro definitivo de aquella Champions.

El Chelsea, hasta que Drogba llevara a los suyos a la conquista europea en Múnich, tuvo que sufrir varapalos como el de la final de Moscú. Aquel encuentro quedará marcado por el fallo de su compañero John Terry, que se resbaló al disparar, sin embargo, antes del inglés Nicolás Anelka había errado su disparo.

Otro francés al que un penalti no le llegó a amargar la existencia fue a Michel Platini. El ahora presidente de la UEFA falló en México’86, pero felizmente para su selección, su error no tuvo trascendencia en el marcador final. El doble fallo de Sócrates y Julio César eliminó a Brasil ante Francia en aquellos cuartos de final disputados en Guadalajara.

Martín Palermo tuvo una relación de amor-odio con los lanzamientos desde los once metros y para el recuerdo quedará sus tres penaltis que falló en un mismo encuentro. El “Loco” erró las tres penas máximas ante Colombia que venció en el partido de la Copa América por 3-0 a la albiceleste.

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Sobre el autor
Adrián Orzáez
Editor. Redactor del Real Madrid. Licenciado en Economía y Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid. Email de contacto: [email protected]