Nacer en una pequeña ciudad del centro de Bulgaria, en el 66, en plena Guerra Fría, no parece el mejor comienzo para el relato de un símbolo del Barcelona, ni para el más latino de los futbolistas de Europa del este. Sin embargo, así comenzó la historia del mejor jugador búlgaro de todos los tiempos. La historia de Hristo Stoichkov.

Estrella de la mano de Cruyff

Cuando en las semifinales de la Recopa de Europa del 89, el Barcelona se enfrentó al Sredets de Sofía, todo hacía indicar que los culés alcanzarían la final sin demasiadas dificultades. Y podría decirse que así fue. Sin embargo, el holandés volador puso sus ojos en un chico bajito, de velocidad fulgurante y regate diabólico, que hizo dos goles en el Camp Nou y uno en Sofía. El técnico del Barça volvió a ver a ese zurdo con el número 8 a la espalda en la pretemporada siguiente, pero esta vez a sus órdenes. Stoichkov ya era azulgrana.

La dulzura de su zurda contrastaba con su volcánico carácter

De esa manera empezaba una relación de amor pasional entre el Barça y su afición y Hristo Stoichkov. Desde el 90 al 98 militó en el Barcelona, con un breve inciso de un año (95/96) en el Parma. La marcha de Cruyff y su regreso de Italia, marcaron el declive del extremo a orillas del Mediterráno. Pero sus números son incontestables. 336 partidos y 162 goles y un palmarés envidiable. La primera Copa de Europa del club en 1992, con una espectacular actuación en todo el torneo. Cinco ligas, cuatro de ellas consecutivas con Cruyff. Una Recopa de Europa, dos Copas del Rey, cuatro Supercopas de España y dos de Europa. Mito.

Resulta paradójico que el coronamiento como mejor jugador de un país ex soviético tuviera lugar en Estados Unidos, rival exacerbado durante la Guerra Fría. Pero la caída del Telón de acero fue el principio de la globalización. Stoichkov era un búlgaro latino. La dulzura de su zurda contrastaba con lo volcánico de su carácter. Electricidad pura. Una mezcla explosiva.

Foto: goal.com

Ser campeón de todo con uno de los mejores equipos de siempre es una cosa. Pero lograr dejar huella con una selección humilde como Bulgaria, era otra cosa. Y esa huella llegó el 17 de noviembre del 93, cuando la mejor generación del fútbol del país del sureste europeo dejó a Francia fuera del Mundial, ganando en el Parque de los Príncipes. Hristo y los suyos lo habían logrado. Tenían billete para Estados Unidos.

El sueño americano

Bota de oro del Mundial con seis goles

Hasta aquel momento, Bulgaria solo había jugado cinco Mundiales, logrando pasar de la primera fase tan solo en uno. Por todo ello, la simple clasificación para la Copa del Mundo ya era algo más o menos histórico. Sin embargo, nadie podía imaginar la exhibición que aquellos jóvenes iban a dar en Estados Unidos, no que Hristo Stoichkov demostrase que era un gran jugador, sin contar con el amparo de Cruyff y las superestrellas del Barça.

Bulgaria fue a parar al grupo D, junto a Argentina, Nigeria y Grecia. Por aquel entonces, la selección africana era muy fuerte, así que lograr la segunda plaza que diera acceso a octavos era el objetivo. Complicado. De hecho, el debut fue nefasto y Bulgaria perdió 3-0.

Foto: FIFA.

Stoichkov entró en juego en el segundo partido contra Grecia. Su raza y su carácter ganador aparecieron para ya no marcharse. Tiró del carro anotando dos de los cuatro tantos que su selección marcó a los helenos. Tocaba jugársela con Argentina y la Daga volvió a ser resolutivo. Abrió la lata, haciendo el primer gol y asistió para que Sirakov convirtiese el segundo. Un 2-0 que daba acceso directo a octavos donde esperaba México.

Contra Alemania se forjó la leyenda

Curiosamente, la única vez que Bulgaria había pasado a octavos de final de un Mundial tuvo que jugar contra México. Fue en el 86 y los anfitriones en aquel torneo eliminaron a los europeos. Tocaba revancha. Una oportunidad única para una generación con jugadores de la talla de Balakov, Lechkov, Kostadinov o Mihailov. Pero sobre todo una oportunidad única para Stoichkov. Para demostrar que su influencia podía hacer llegar lejos a su selección. La Daga adelantó a Bulgaria. Las quería todas, hacía y deshacía a su antojo, había dejado de ser ejecutor para ser un futbolista total. Sin embargo los aztecas empataron y los penaltis dictaron sentencia. La moneda salió cara para los búlgaros, que conseguían así su mejor clasificación histórica en un Mundial.

Ya en cuartos aguardaba la campeona del Mundo. Una Alemania que, a pesar de dejar alguna duda, siempre impone. Esta fue la verdadera exhibición de la Daga. Sin nada que perder, sabiéndose triunfadores pasara lo que pasara, Bulgaria jugó sin complejos. Más aún cuando Matthaus adelantó a los germanos. Fue ahí cuando Stoichkov se echó el equipo a la espalda y empezó a hacer estragos en la defensa teutona. Por izquierda, por derecha, por el centro. El jugador del Barcelona estaba en todas partes. No podían pararle. Calidad y voluntad unidas. Hristo quería ganar.

Contra Alemania firmó una exhibición

La historia empezó a cambiar desde la bota izquierda del ocho. Un golpe franco directo ejecutado de forma magistral, que besó la red de la portería de Illgner. El principio de algo grande. Bulgaria se vino arriba y Alemania se atenazó. Stoichkov ya era un centrocampista más. Cuando se juntaba con Sirakov y Balakov, salían verdaderas maravillas. Pero fue Lechkov, llegando desde atrás, el que puso el 2-1 final que llevaba el delirio al país del este de Europa.

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Con la yema de los dedos

Las semifinales fueron otra cosa. A Bulgaria le entró el mal de altura e Italia jugó un gran partido. Hristo lo intentó, pero su nivel físico había bajado. Estaba cansado. Los partidazos que venía encadenando la Daga en cada eliminatoria unidos al sofocante calor del verano americano, dejaron a Stoichkov sin fuerzas. No obstante, fue capaz de conseguir el gol del honor transformando un penalti. El tercer y cuarto puesto contra Suecia no tuvo nada que contar. Ni el barcelonista ni sus compañeros estaban ya en el torneo y fueron barridos por un contundente 4-0. Quizá dándole vueltas a la semifinal contra Italia. Quizá pensando en lo que había conseguido. O simplemente porque estaba vacío. Pero Stoichkov no pudo acabar de la mejor manera el Mundial.

Sin embargo, el crack culé se llevó la Bota de oro del torneo, tras empatar a seis goles con el ruso Oleg Salenko. Y lo que es más importante, a finales de aquel año 94, Stoichkov fue proclamado mejor jugador de Europa al recibir el Balón de Oro. La Daga no era el mejor por haber sido un pilar fundamental del Dream Team, ni por ganar cuatro Ligas consecutivas, ni la Copa de Europa. Fue el mejor por conseguir llevar a una selección pequeña a estar entre las mejores de mundo, por su coraje, su raza y su talento. Así nacen los mitos. Así se pasa de símbolo a leyenda.