Llegaba Bielsa con la presidencia de Urrutia el pasado verano. Un tándem que pronto se llevaría sus tempranas críticas, sobre todo con las primeras jornadas de liga en las que el conjunto rojiblanco no terminaba de arrancar. El cambio de estilo del Athletic, la llegada de un técnico que le quería dar la vuelta al juego que había caracterizado a los leones y unos primeros malos resultados. Eran la combinación perfecta para decir ‘Bielsa, tenemos un problema’.

Y el problema tardó en solucionarse. Tanto, que los más arriesgados llegaron a hablar del descenso del Athletic si lo cosechado en liga seguía por el mal camino. En Europa era distinto, pues había superado las primeras fases de Europa League.

Pero empezó a pasar el tiempo. Y con él, las victorias se sucedían en San Mamés y alrededores. ¿Qué estaba pasando? El Athletic empezaba a carburar una campaña que parecía mal encarada. Eso sí, casi siempre jugaban los mismos. ¿No habría rotaciones? Pues entonces llegó la lesión de Llorente. Hizo bajar la tanda goleadora de los leones, y en su vuelta, con el nuevo año, el equipo de un Bielsa ya asentado, volvió a las andadas.

El Mirandés, la última piedra en Copa

No sin algún tropiezo, por supuesto, piedra habitual de cualquier equipo. Sin embargo, pronto llegó la primera alegría. Pasando de ronda en ronda, pasito a pasito, se encontró con el Mirandés en la noche del 7 de febrero, en un San Mamés radiante, tras llevar la ventaja conseguida en Anduva. El sueño de otra final de Copa del Rey, una de tantas en las que los leones se han plantado, se hacía cada vez más real. Y al sueño no le hizo falta mucho tiempo para traspasar las barreras del tiempo y volver a tantas otras noches de alegría en la Catedral. Eran nada más y nada menos seis goles los que hacían botar de alegría las gradas rojiblancas para llevar en volandas a un equipo transformado de repente en aquel que, tres años antes, había creído por última vez.

Una semifinal de Copa, que recordando al espíritu añejo de aquella de 2009 contra el Sevilla, volvía a meter al Athletic en la senda de los Reyes de la competición.

Old Trafford, el estadio donde el Athletic ganó aficionados

Y así llegaron a la competición europea, esa que parecía tan imposible al no haber sido precisamente próspera en la historia rojiblanca. Una primera fase de grupos impecable –a excepción de un partido intrascendente en el que perdieron por goleada frente al Paris Saint-Germain-, unos dieciseisavos de final difíciles pero superados y el monstruo europeo: el Manchester United. No hubo miedo. Solo decisión, ilusión y entrega.

Se plantaron entonces en Old Trafford ocho mil personas, un equipo y miles de sueños por cumplir. Y por el ‘Teatro de los Sueños’ –nunca mejor dicho, al menos para el Athletic-, pasó un ciclón que apenas se preparaba para descargar. Fue un despliegue inimaginable el que se vio en el campo. En uno de los partidos con mayor excelencia de este conjunto renovado por el que a principios de temporada nadie hubiera dado un duro.

Quizá hubo gente que aquel especial 8 de marzo se hizo del Athletic. O que se hizo athleticzale cuando, ya en San Mamés, una semana más tarde, aquel grupo de locos del balón revolucionó el mundo del fútbol. Había eliminado al titán europeo, el Manchester United, el subcampeón de Champions League, un equipo histórico de la Premier League… Y lo había hecho. Había entrado en cuartos de Europa League.

El sorteo siguiente le depararía un enfrentamiento con la leyenda, con Raúl González y el Schalke 04. Otro choque que marcó un antes y un después en el libro de vida del club bilbaíno. Reaccionó como solo los grandes pueden hacerlo; tanto Raúl como el Athletic. En la ida y en la vuelta, el partido cambió de dueño, de ritmo, de semifinalista. Pero fue el Athletic, lanzado como estaba, quien diera un golpe sobre la mesa para certificar que ellos, los leones, querían rugir y bien fuerte.

El rugido más fuerte

Entonces llegó la semifinal contra los otros leones. El primer resultado contra el Sporting de Portugal no dejó satisfechos a los de Bielsa, que tendrían que seguir luchando para llevarse el gato al agua. Y como las palabras son tan caprichosas y el destino también, anoche San Mamés volvió a engalanarse para que su voz alentadora empujase a sus hijos a otra final.

Y vaya si los empujó. Susaeta, Ibai pero sobre todo, el Rey de los leones, Llorente, decidieron que su última caza europea en esta temporada deberá celebrarse en Bucarest. Destino alejado donde las gradas del National Arena de la capital rumana se teñirán de rojiblanco. No solo de los colores del Athletic, sino también de los colores de su rival, el Atlético de Madrid.

Como rivales para reivindicarse como un histórico de nuestro fútbol, el FC Barcelona y el mencionado Atlético de Madrid. Dos finales en las que deberá demostrar por qué merece un título esta temporada. Quizá por crecimiento, por desarrollo, por demostrar –y creer- que otro fútbol era posible, por proclamar al mundo su filosofía y la de un ‘loko’ llamado Marcelo Bielsa que terminó por tener razón en todas sus, a priori, estrambóticas ideas.

“Venció batallas que todos considerábamos perdidas”

El único destino de este año, el único que tiene el Athletic, es levantar un trofeo. Puede que entregado por el Príncipe Felipe o por Michel Platini, pero levantarlo. Y no de cualquier manera, sino siendo fiel a un estilo y a una forma de pensar distinta del resto. ¿Para qué gastarse millones y millones en estrellas del balón teniendo en Lezama un vivero del que poder sacar petróleo cuando haga falta?

El triunfo que constituye para el Athletic encontrarse ahora mismo en dos finales y con la posibilidad de un puesto Champions no hacen más que justicia poética para un club y una afición que creyó, y que terminó encontrando, la llave que abre la puerta de la gloria. Aunque no ganase, nadie podría quitarle la historia que ha quedado escrita en la memoria de un club compuesto por miles de corazones que laten al unísono en las noches decisivas.

Las lágrimas de Fernando Llorente demuestran el compromiso con un club único en su filosofía

Porque como dice el escritor brasileño Paulo Coelho en su obra Aleph, “creyó en lo imposible y, precisamente por eso, venció batallas que todos considerábamos perdidas. Esa es la cualidad del guerrero: entender que voluntad y coraje no son lo mismo. El coraje puede atraer el miedo y la adulación, pero la fuerza de voluntad requiere paciencia y compromiso”.

Así que, como el compromiso en el campo quedó certificado con las lágrimas de Fernando Llorente y Ander Herrera, y de miles de personas más, anónimas en su mayoría, ahora queda entender esa fuerza de voluntad de la que habla Coelho, la que requirió paciencia, cuando todo lo que significa el Athletic creyó en lo imposible.