Cuando al pequeño Gabriel Ferrnández Arenas le preguntaban qué quería ser de mayor, él no contestaba que quería ser futbolista. Él quería ser "futbolista del Atleti". Algunos años más tarde, ese niño que soñaba con subirse a Neptuno, colocaba al dios la bufanda rojiblanca del equipo de sus amores. Su equipo, ese cuyo escudo lleva grabado a fuego por la fuerza con la que lo defiende en cada partido, acababa de conseguir el título de campeones de Liga tras 18 años de penurias. La sonrisa que portaba subido a la espalda de Neptuno era la misma que la de aquel niño que quería ser futbolista del Atleti.

Gabriel Fernández Arenas, el niño que creció siendo Gabi, un nombre tan normal que parece difícil creer que ahora sea el capitán de un Atlético de Madrid para la historia. No regateará como Messi, no alcanzará la velocidad punta de Ronaldo, y ni se acercará a las portadas que acumulan ambos astros de este deporte. Gabi solo trabaja, corre, trabaja y corre. Manda, ordena al equipo, trabaja y corre, hasta que el árbitro pita el final del partido. Cuando eso ocurre, sonríe, porque recuerda que ha defendido como se merece la camiseta rojiblanca. 

Tampoco entrará en la lista de candidatos al Balón de Oro, ni siquiera en la de los 30 preseleccionados para el Mundial de Brasil. El capitán del mejor Atlético de Madrid de los últimos tiempos, capaz de jugar el último mes con una fisura en una costilla y que nadie se diera cuenta porque él seguía corriendo y trabajando para el equipo de su vida. Muchos dirán que es una injusticia, que merecía al menos el reconocimiento de estar entre los mejores jugadores españoles de este año. Para Gabi no será más que un motivo para correr más si cabe en el próximo partido.

No es la primera vez que le ocurre. El 7 de febrero de 2004, debutaba en el primer equipo del Atlético de Madrid, llegado directamente de la cantera. En ese equipo coincidió con sus entrenadores actuales, Simeone y el Mono Burgos, que no le verían con las condiciones para formar parte de un club como el rojiblanco, como tampoco lo hizo la directiva. Gabi, joven como era, aceptó la circunstancia y fichó por el Getafe.​La temporada siguiente los colores le llaman, y regresa al Atlético. Por poco tiempo, sin embargo. Un año más tarde, Zaragoza se convierte en la ciudad que recibe al canterano trotamundos.

Foto: Apo Caballero

Y en esa ciudad nacerá el guerrero, el jugador que hoy levanta títulos con el equipo que hasta en dos ocasiones no supo ver lo que tenía ante sus ojos. El obrero que parece haberse visto poseído por el espíritu del Cholo. Ambos eligieron el número 14 para defender la elástica colchonera, y ambos entienden el fútbol como una mezcla de lucha y esfuerzo, ingredientes innegociables.

El esfuerzo que hizo que Gabi se convirtiera en el gran capitán del Real Zaragoza, que ilusionó a los aficionados hasta tal punto que aún hoy se alegran de sus éxitos. Como si sangre aragonesa corriera por sus venas, como si el brazalete de capitán que luce en su brazo no fuera azul sino rojo y amarillo, con las rayas de la bandera de Aragón. Su sacrificio por el equipo y su compromiso con unos colores conquistaron a una afición falta de alegrías.

Y esa época pletórica en Zaragoza le propulsó a su tercera etapa en el Atleti. Poco después llegaría Simeone al equipo y observando la mirada de Gabi supo que ya no era el mismo. Le hizo su extensión en el campo, le contagió su espíritu ganador para hacer al Atleti un equipo campeón. No le exige más calidad de la que ambos saben que tiene; en realidad, no tiene que exigirle nada, porque Gabi es incapaz de jugar un solo partido con esa camiseta sin dar más de lo que se le podría pedir.

Esta temporada, Gabi ha explotado. Juega de mediocentro, pero también de delantero, de defensa e incluso de portero –aquel penalti contra el Almería tras la expulsión de Aranzubía…-. Ha hecho de entrenador, de padre para aquellos jóvenes que necesitan ayuda para triunfar como él la necesitó en su momento. Ha prometido éxitos a la afición y ha cumplido, ha encarnado al aficionado que cumple su sueño jugando en el equipo al que quiere.

Y Gabi, mientras corre y trabaja, y corre y trabaja, disfruta. Como aquel niño que, cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, no respondía que futbolista. Él quería ser futbolista del Atleti.