Un fracaso estrepitoso que la emoción del momento y las ganas de demostrar que el anfitrión podía ser campeón pudieron camuflar pese a las pruebas congruentes. De forma paulatina y en los meses anteriores al Mundial celebrado en el verano de 1982 por tierras españolas se fraguaron episodios que advertían el posible batacazo final. El equipo, más que destacable nombre por nombre, y la fiebre vivida en el territorio nacional ocultaban estas señas negativas. La presión que tenía el equipo español se había sobredimensionado y, en boca de varios integrantes de aquel grupo, también pudo ser un factor determinante.

La irregularidad en los amistosos que desembocarían en la Copa del Mundo determinaba el camino de una selección entrenada por Santamaría con una línea a seguir clara: el contraataque. Un cuadro conformado para no llevar el peso del partido y destinado a imponer su ley defensivamente para confiar en la simbiosis de verticalidad e inspiración de los hombres más adelantados. Juanito, Santillana, Quini, Satrústegui o López-Ufarte eran algunos de los nombres de la línea ofensiva de ‘la Roja’.

Ojos que no vieron, corazón que sintió

Victorias contra rivales de entidad –frente a quienes puedes cobijarte en su dominio del partido-, como Inglaterra o Francia, y derrotas ante rivales de menor enjundia –a los que debes atacar contra sus armas defensivas-, véase Hungría o Gales. El año previo al Mundial cerca estuvo de ser el fin de la etapa de Santamaría al frente de la selección por la enorme presión externa, pero una victoria contra los pross rectificó el parecer del entonces seleccionador español.

Un problema claro, quizás el que para muchos es la raíz de la deplorable actuación hispana en el Mundial celebrado dentro de sus fronteras, radica en la preparación. Si bien a un año vista de que comenzase a rodar el balón, España viajaba a Sudamérica para una gira. La coyuntura política vivida en el mes previo al Mundial obligó a los seleccionados a viajar a los Pirineos para realizar el stage, con condiciones muy cambiantes a las que posteriormente vivirían en la fase de grupos desarrollada en Valencia. Defendidos por militares, no era extraño vislumbrar a las fuerzas de seguridad con metralleta en mano presenciando los entrenamientos del combinado nacional. Un aurea de seguridad sobre el Mundial que ayudó a la perfección organizativa tras haberse planteado FIFA el año anterior no disputar el torneo en España.

La primera fase no quedará para el recuerdo en lo positivo, y es que tampoco pasó de puntillas por las negativas consecuencias como para olvidar lo ocurrido. La dificultad del grupo, a priori, fue esquiva con las opciones españolas y se presuponía una feliz clasificación. Lejos de ello, el paso inicial por el Mundial del Naranjito dejó unas sensaciones visiblemente preocupantes acentuadas con la derrota en el último partido contra Irlanda del Norte. El 16 de junio de 1982 se engalanaba el estadio Luís Casanova para ver el primer y decepcionante partido de España en “su Mundial”. Remontadas, para empatar a Honduras como preludio de un segundo partido sufrido con victoria final sobre Yugoslavia 2-1, antes de cerrar con el 1-0 en favor de los irlandeses. Aquel gol de Amstrong obligó a los españoles a un más que complicado segundo grupo.

Triangular con Alemania Federal e Inglaterra. A los británicos ya les ganaron un año atrás en aquel amistoso memorable de Wembley, el ánimo de revancha era latente pese a que finalmente fuesen los teutones quienes se hiciesen con el primer puesto del grupo. El devenir de los anfitriones comenzaba a dirimirse precisamente contra la Mansschaft en un Santiago Bernabéu hasta la bandera. Un ambiente inigualable y hasta los tiempos actuales recordado como uno de los partidos más destacables en el Paseo de la Castellana. No pudo ser. De hecho, Zamora solamente marcaría en los últimos minutos para recortar un marcador en el que Littbarski y Fischer ya habían aparecido. El 0-0 frente a los pross diría adiós a la pobre participación española en el Mundial 82.

Italia fue campeona, Brasil y Francia enamoraron

El jeque en el José Zorrilla, el “tongo” entre Alemania y Austria en el Molinón con una Argelia como afectada, la salvaje entrada de Schumacher al galo Battiston con el Pizjuán como escenario, la goleada sobre El Salvador o el juego de Brasil y Francia. Selecciones que no pudieron con quienes finalmente disputarían la final del renacimiento de un enterrado Paolo Rossi mientras Rummenigge era lapidado por Bergomi a sus 18 años. Una disparidad de edad más que plausible con el alma mater alemán, Dino Zoff.

Zico, Sócrates, Falcao o Serginho abdicaron en Sarriá contra una selección azzurri basada en la practicidad llevada al máximo exponente y sufrida posteriormente por Alemania ante el regocijo de Pertini en el palco del Bernabéu. Platini, Tigana y Giresse también hicieron lo propio con la competitividad alemana. Dos escuadras, verdeamarelha y bleu, que para muchos fueron las ganadoras morales. Madjer, N’Kono, Roger Milla, Pasarella, Maradona…nombres que se quedaron por el camino demasiado pronto, como aquella España del Naranjito que se dio de bruces con la realidad para decepción nacional.

Los italianos celebrando en la final (FOTO: Getty Images)