Cuentan los que estuvieron que pasadas las 22:30 del 20 de Mayo del 92, en el minuto 111 de partido, vivieron el estallido más grande de felicidad que un culer ha vivido jamás. El Barça se enfrentaba a la Sampdoria en la tercera final de Champions de su historia. Antes, el Benfica de Bela Guttman (1961) y los palos impideron que una generación fantástica de futbolistas (Zoltan Czibor, Kubala, Koscis, Luis Suárez...) lo consiguiera. Más tarde (1981) el Steaua de Bucarest, en Sevilla, tras una tanda de penaltis fatídica, también privaron al Barça de su objetivo. 

Pero en ese minuto 111, la historia del Barça cambió para siempre. Todos los futbolistas hicieron lo que les pertocaba para batir a Gianluca Pagliuca. Laudrup rompe líneas con un pase de fuera a dentro. Stoichkov descarga en la media luna y Eusebio lucha el balón hasta forzar una falta vital. El señor Schmidhuber le pitó una falta a Renato Buso por retener el balón desde el suelo. 7 jugadores de la Sampdoria rodean al árbitro. El banquillo de los italianos se cubre el rostro con toallas. El peligro y nerviosismo se veía en las caras de los italianos.

Koeman coloca el balón y habla con Stoichkov. El búlgaro está al lado del balón. El central rubio coloca el balón. Acolcha el césped alrededor del esférico. Se aleja y se acerca del cuero varias ocasiones. Se acerca Bakero, que conversa con ambos y trazan la estrategia para el disparo. Los mismos futbolistas que protestaban al colegiado se colocan en la barrera. Guerrean por 20 centímetros. Se adelantan. Bakero protesta y el árbitro les hace retroceder hasta su posición legal. Koeman pasa dos veces por encima de la pelota. 

El gol de Koeman enseñó a ganar a una afición perdedora

En el flanco derecho de la muralla humana se encorban como velocistas. Están preparados para salir tras el disparo. Schmidhuber pita y los tres futbolistas de la parte derecha de la barrera salen a por todas. Stoichkov ha tocado el balón con la puntera. Los jugadores que se han despegado de la barrera forman un triángulo, dos toman la delantera y otro se queda atrás entre ambos. Koeman ha iniciado la carrera. Bakero pisa el balón que recibe de Stoichkov y como siempre, lo da hacia atrás. Dos milímetros. Lo suficiente para que la máquina de Arend, expuesta en el museo del Ferrocarril de Holanda, llegue al cuero.

Ha ganado la carrera e impacta un misil que se cuela entre las piernas del triumbirato de corredores italianos.Stoichkov fija su mirada en él. Bakero inclina la cabeza. La barrera se gira. Los escapados de la muralla, vuelven la mirada. El único que ve el balón de cara es Pagliuca, que nada puede hacer para detenerlo. La pelota impacta en la barra de hierro que aguanta la red erguida.

Wembley cambió la historia

El público se levanta. Koeman corre a la esquina. La afición ruge, canta, salta, llora. Ondea banderas azulgranas y senyeres. Koeman se tapa el rostro con la cara. Está al borde del llanto. Llega al córner. El primero en abrazarle es un joven Guardiola. Después llega Stoichkov. Más tarde Amor y luego Ferrer, que se cuelga de ellos. En dos segundos, todo el equipo es una piña en el corner de Wembley. Cruyff salta la valla que separa el banquillo del campo. Le sigue Rexach y tras él, todos los integrantes del banquillo. Mientras celebran, Cruyff llama a Alexanko. "Cierra la puerta y tira la llave". 

La afición ruge. Cataluña ruge. Todo el estadio es un batiburrillo de sentimientos. Los del Barça celebran, los de la Sampdoria se deprimen. Todos lloran: de alegría, rabia o pena. Todos excepto un steward de seguridad que pasea por la pista de atletismo. Fue el privilegiado de ver el gol de cara y ni se inmutó, siguió su camino, aislado del mundo, aislado de la afición que tenía a la izquierda. 

El gol de Koeman cambió la mentalidad de los culers. El holandés enseñó a ganar a una afición de tradición perdedora. Wembley cambió al Barça. En Wembley nació la leyenda. Wembley cambió la historia. 

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