Tras la creación de las Sociedades Anónimas Deportivas a principios de la década de 1990, la Ley del Deporte establecía que los clubes debían presentar un aval para una futura provisión de deudas correspondiente al 5% del presupuesto del club. La fecha tope para completar el requisito era el día 31 de julio.

Ante la sorpresa general el día 1 de agosto de 1995 una noticia comenzó a extenderse igual que una chispa lo haría en un reguero de pólvora. El Celta y el Sevilla no habían conformado a tiempo sus avales —45 y 85 millones de euros respectivamente— y automáticamente eran descendidos a la Segunda División B. La temperatura veraniega dejaba claro que no se trataba de una 'inocentada', pese a lo cual la magnitud de tan tajante y repentina decisión dejaba completamente nublada la mente de cualquier aficionado. La Liga de Fútbol Profesional (LFP) y el Consejo Superior de Deportes (CSD) otorgaban su visto bueno a la decisión, ofreciendo a Albacete y Valladolid las dos plazas vacantes en la máxima categoría. De rebote, Getafe y Leganés se quedarían en la División de Plata. Y todo ello en un abrir y cerrar de ojos, con la misma ligereza que quien redacta la lista de la compra.

Contra el estupor, celtismo

En el caso del equipo vigués el error fue mayúsculo, habiendo remitido a la LFP un documento correspondiente a la temporada anterior. Tuvo que ser la gerente del club, Ángeles Santos, la que confirmase este extremo en la noche del 1 de agosto. La plantilla celeste, concentrada en Cabeza de Manzaneda, recibía la noticia con estupor. Carlos Aimar, que ya había cumplido su primera temporada al frente del club olívico, expresaba su esperanza de que imperase la cordura y se pudiese solucionar un error humano.

Horacio Gómez llevaba ocho días como Presidente del Celta cuando estalló la crisis de los avales (Foto: as.com)

Apenas 24 horas más tarde Celta y Sevilla presentaban sus avales en regla con fecha de 31 de julio extendidos por las correspondientes entidades bancarias. Carlos Príncipe, antiguo alcalde de Vigo, declaraba que había recibido la confirmación por parte de Jerónimo Saavedra —entonces ministro de educación— de que si el aval respondía a las exigencias el Celta continuaría en Primera, pese a ser presentado fuera de plazo. Aquel 2 de agosto se planteó por primera vez la solución consistente en una liga formada por 22 equipos, opción que en aquel momento contaba con el rechazo general. El sevillismo y el celtismo salían a la calle clamando contra sus directivas y poniendo de manifiesto lo desproporcionado de la decisión de la LFP. Hasta en dos ocasiones hubo de ser desalojado Balaídos en aquel día por sendas amenazas de bomba, con la marea celeste planeando un encierro.

Más de 4.000 celtistas se desplazaron a Madrid el 16 de agosto de 1995 para apoyar a su equipo ante la sede de la LFP

Al día siguiente Horacio Gómez —quien apenas llevaba 8 días ocupando la presidencia— presentaba el correspondiente recurso ante el CSD, exactamente igual que lo hacía José María del Nido, por entonces vicepresidente y asesor jurídico del club hispalense. Por entonces ya se intuía que los descensos no se iban a confirmar, pese a que la pelota estaba en el tejado de un organismo que inicialmente había apoyado a la LFP. Antonio Baró, presidente de esta última, se lamentaba de que el CSD les exigiese mano dura con los clubes para después recular y admitir a trámite los recursos ante las descomunales protestas populares vividas en Sevilla y Vigo.

El CSD se inhibe

Las presiones políticas también estuvieron a la orden del día. Alfredo Pérez Rubalcava, entonces ministro de la Presidencia del Gobierno de Felipe González, pedía una salida al conflicto que cargase las tintas sobre los dirigentes, sin que los damnificados fuesen los aficionados. Rafael Cortés Elvira, Secretario de Estado para el Deporte y cabeza visible del CSD, se encontraba en el ojo del huracán, barajándose incluso su dimisión en función de la resolución del conflicto. El día 5 de agosto el fútbol gallego decidía no iniciar sus competiciones hasta que no se confirmase que el Celta iba a seguir en Primera, al tiempo que se producía la dimisión de Luis Cuervas, presidente del Sevilla.

Rafael Cortés Elvira ocupaba el cargo de Secretario de Estado para el Deporte en 1995 (Foto: abc.es)

Con todo, fue 24 horas después cuando se barajó seriamente por primera vez la posibilidad de conformar una liga de 22 equipos. Las presiones no solamente llegaban desde Vigo y Sevilla, sino también desde Valladolid y Albacete, por lo que las influencias del Gobierno sobre el CSD apuntaban más en esa línea, tal y como informó El Mundo Deportivo en su edición del 6 de agosto.

Al Gobierno no le quedó otra opción que 'sugerir' la solución que finalmente fue adoptada

En las jornadas siguientes la idea continuó tomando cuerpo a la espera del fallo del CSD, que todavía tardó unos días en producirse. Mientras, los entrenamientos del Celta contaban con más público que nunca y la Federación de Peñas también se movilizó. El 9 de agosto Albacete y Valladolid presentaban ante el CSD los recursos que les fueron exigidos para poder mantener su plaza en Primera, por lo que la resolución definitiva se esperaba para el día 10. Un dictamen que no llegó, rechazando el CSD los recursos de Celta y Sevilla y ratificando a Albacete y Valladolid como equipos de Primera. Cortés Elvira dejaba, no obstante, una puerta abierta para que la LFP readmitiese a Sevilla y Celta si los avales presentados cumplían los requisitos exigidos pese a haber sido presentados fuera de plazo. A fin de cuentas, tocaba lavarse las manos y devolver la pelota a la LFP, que decidió convocar una reunión para el día 16 y buscar una solución definitiva a la 'crisis de los avales'.

La solución cantada

En los días siguientes se sucedieron declaraciones de presidentes y técnicos del campeonato nacional expresándose en contra de aumentar el número de equipos. La escasez de fechas para disputar cuatro jornadas más y la obligación de repartir el pastel económico de la máxima categoría entre dos clubes más aparecían como los principales argumentos en contra de la decisión que a cada minuto que pasaba se antojaba la menos mala.

Más de 4.000 celtistas se desplazaron a Madrid el 16 de agosto de 1995 para apoyar a su equipo ante la sede de la LFP. Tras aproximadamente cuatro horas de esperpento, los 38 representantes de los clubes de Primera y Segunda —excepción hecha de los de Sevilla y Celta— decidieron por unanimidad y sin ningún tipo de votación ampliar la liga a 22 equipos durante dos temporadas. La selección española de Javier Clemente debería renunciar a tres partidos amistosos que se iban a celebrar en fechas que ahora se verían ocupadas por jornadas ligueras y los clubes recibirían más dinero procedente de las quinielas para compensar el aumento de equipos. Horacio Gómez, eufórico tras la resolución, realizaba unas declaraciones poco sorprendentes:

No es hora de dimisiones. Seguiré trabajando para el club.

El máximo dirigente céltico emplazaba a la prensa a una asamblea de accionistas a celebrar el día 25 de septiembre en la que se trataría el tema. Como es conocido, Horacio Gómez iba a continuar muchos años más al frente del Celta, saboreando éxitos deportivos pero también llevando al club a una situación límite en el apartado económico poco después de ceder el testigo a Carlos Mouriño.

Foto de grupo de la Directiva celeste en 1995 (Foto: fameceleste.blogspot.com)

Han transcurrido ya 20 años desde la famosa 'crisis de los avales' y las cosas se pueden analizar con la perspectiva que otorga el paso del tiempo. La torpeza de los dirigentes merecía un castigo pero la precipitación a la hora de repescar a Albacete y Valladolid sin conceder un plazo extra a Sevilla y Celta para conformar sus avales tampoco deja en buen lugar a la LFP ni al CSD. Como consecuencia de la reacción social y para evitar 'cadáveres' políticos al Gobierno no le quedó otra opción que ‘sugerir’ la solución que finalmente fue adoptada. Una solución política que contentase a todos los implicados, aun a costa de perjudicar al resto de clubes, que no votaron en contra temiendo una paralización de la competición en la justicia ordinaria. Y es que el papel de la afición céltica —como el de la sevillista—resultó primordial para lograr solventar sin males mayores para el club aquel desaguisado. Para la historia queda la marea celeste que se desplazó a Madrid en pleno verano de 1995 y regresó a Vigo con el trofeo más preciado: la permanencia entre los grandes.