Para la 94/95, el Real Madrid vestía de Kelme y lo presidía Ramón Mendoza. El Barça de Kappa, con Núñez y Gaspart en el palco. Meses antes, la directiva azulgrana decidió o permitió rayar su indumento con un trazo blanco longitudinal en ambos costados, que le ocasionó críticas, claro. El blanco ultrajaba, hería el orgullo. Bastante había con que el balón lo fuese. Por cierto, la redonda aún era Adidas -hasta 1996-, el precioso modelo Questra, la única de las tres marcas referidas que, en general, ha envejecido bien, remontando la corriente Nike. No son más que detalles. Los entrenadores merecen algo más de tiempo, algunos cientos de caracteres de reflexión.

En 1995, el señor Bosman todavía no había luchado por los derechos de nadie. Por tanto, no existía Ley Bosman alguna y sí un máximo de cuatro extranjeros por plantilla y tres sobre el campo simultáneamente. En el FC Barcelona y en el Real Madrid, gran parte de los mejores: Koeman, Stoichkov, Romario y Hagi de un lado; Redondo, Laudrup, Zamorano y Dubovsky del opuesto. Hagi y Laudrup, como no se cansa de decir el danés: "no soy de nadie, sólo estoy de parte del fútbol". Ellos no eran hinchas, querían disfrutar y exhibirse. Y ganar. Por eso mudaron de camiseta e intentaron dar lo mejor de sí. ¿Se le puede llamar traición? No, defínase como profesionalidad, y sígase creyendo en esos viejos principios cada vez más maltratados. Aquellas rayas blancas, las actuales camisetas rosas o con dragones impresos, son hechos que se aceptan. Forma parte de la evolución, de mentalidad, de avances y de mercados. En esto sí. Pero en lo referente a valores, no hay tutía. Tachen de arcaico al que vea responsabilidad donde se quiere ver rencor, si así lo estiman.

Bueno, en el Clásico de ese año no podían participar Redondo ni Míchel. Romario sí estaría, pero ya de morros, enemistado con el míster. Y ninguno de ambos egos sabían convivir con el mosqueo, no daban lo mejor de sí en ese estado. A Romario le tocó, una noche más, pensar en su inminente salida del club vestido de largo y al abrigo de la banqueta. A pocos metros físicos de Cruyff, pero a kilómetros de pensamiento.

Cruyff y Rexach (foto:ara)
Cruyff y Rexach (foto:ara)

En los años previos al partido habían pasado hechos que no se van a descubrir en estas líneas, pero que nunca está de más repasar, por si algún lector es precoz o despistado y no se conoce la película noventera.

El FC Barcelona, equipo aspirante a todo y vencedor de poco desde su creación, firmó a Johan Cruyff en 1988. El Flaco había colgado las botas apenas tres años antes y había dirigido al Ajax. En esa época, la Quinta del Buitre era el núcleo del mejor equipo del mundo, que había conquistado ya tres de sus cinco ligas seguidas y sólo lo frenaría en Europa el AC Milan de los holandeses, que se le atragantaba por bien o mal que lo hiciesen los pupilos de Leo Beenhaker. El Real Madrid no se quedaba en el mejor equipo, sino que también era el club de la Historia, ya que sumaba cinco Copas de Europa y un buen saco de títulos nacionales.

Pasó que Cruyff lavó la cara de la plantilla, comenzó ganando "sobras" como la Recopa o la Copa del Rey al año siguiente, y acabó por subir a las barbas blancas. Fue tetracampeón entre 1990 y 1994, y alzó la primera Copa de Europa para la entidad en Wembley, en 1992. Construyó el Dream Team. El Real Madrid, a su vez, finalizaba un ciclo y parecía hundirse. Ya no ganaba. Pero no se engañen, no era una bicoca. Dos de las ligas, las del 92 y el 93, estaban en sus manos, pero la última jornada las dejó sin ellas en ambas ocasiones. Profundizando un poco más, fueron las jornadas, el Tenerife que le venció en ambas y otorgó a Cruyff el liderato final, y las dos estrellas del club isleño: el novato entrenador Jorge Valdano y el crack Fernando Redondo. "Amigos para siempre", como la exitosa canción, titulaban los diarios sobre la relación Tenerife-Barça. Poco después resultó que, al menos Valdano, no lo sería tanto. Mendoza hizo lo que cualquiera con luces hubiese hecho. Para la 94/95 fichó a Valdano y a Redondo para armar un nuevo orden y volver a coger las sendas de la gloria.

Valdano y Cappa (foto:ElGráfico)
Valdano y Cappa (foto:ElGráfico)

Entre tanto título y fracaso paralelo se coló un Clásico legendario. La temporada anterior, el Barça humilló al Madrid de Benito Floro en el Camp Nou, endosándole la "manita". Un doloroso 5-0 que, se decía, sólo podía conseguirse una vez cada cien años. Cruyff, casualmente, ya había alcanzado dos; el primero como jugador en 1974 -éste a domicilio- y el segundo en 1994, pulverizando los tiempos establecidos tácitamente. El Real Madrid acabaría cuarto y el FC Barcelona levantaría su cuarta Liga, otra vez, en la última jornada. Con la ayuda de González, el portero circunstancialmente titular en el Valencia, y en detrimento del Deportivo de la Coruña. Hasta aquí, la situación a grandes rasgos.

Otro que destrozaría la marca de los cien años sería Valdano. Sólo una temporada después. El Real Madrid devolvería el golpe punto por punto, endosando un 5-0 en el Santiago Bernabéu que los alejaba a cinco puntos y consiguiendo, a la postre, suceder a los barcelonistas como campeones de Liga. Cortar su hegemonía.

Faltaba un día para el aniversario de la goleada de 1994, y pasaba otro de la festividad de Reyes. Los de Cruyff venían portándose mal desde la debacle de Atenas en la final de Liga de Campeones a mediados del 94. El carbón parecía asegurado. Aquel 4-0 de Capello, Desailly o Savicevic entre otros, caló hondo. En el ánimo y, por consiguiente, en el juego. Deparó el peor año de Johan en el banquillo, el primero de su prematura despedida definitiva.

¿Qué suele suceder cuando dos genios se juntan? Pues que se crea algo magnífico. Si se enfrentan, probablemente la entidad del resultado vencedor haga que el vencido salga trasquilado. Los lúcidos nunca se conforman con la mediocridad. El genio piensa, ingenia, crea y avanza. Valdano quiso enfrentarse al mejor equipo con el balón, poseyendo el balón. Nada de frenarlos, sino encararlos. Mirarlos a los ojos y superarlos mediante la virtud. Valdano sabía que su cometido sólo se conseguiría de un modo: poniendo el talento sobre el verde. Jorge nunca dudó, por eso, entre otras cosas, es el privilegiado que es. "Quiero arrebatarle al Barça la bandera del gusto por el buen fútbol", Jorge Valdano.

Milla, primer organizador de la era Cruyff y Laudrup, primera estrella foránea, ahora formaban parte del Real Madrid. Sin Redondo, a ganarle al Barça con Milla y Laudrup en el doble pivote de un 4-4-2 con hombres bien abiertos, creando espacios. Si algo se torcía, Martín Vázquez aguardaba su momento. Nada se desvió, pero igualmente el delicado interior acabó por entrar. Ésa también era su fiesta, la celebración del fútbol construido.

Cruyff luchaba con sus armas, que eran las de siempre. Las del verbo tocar. Koeman, Guardiola, Bakero, Hagi y Stoichkov. De los suyos, sólo se extrañaba a Zubizarreta, que si bien no paraba todo lo deseado, ordenaba, corregía y afinaba a la retaguardia como nadie. Evitaba que le tirasen, como gustaba decir a Johan. Busquets paraba aún menos, pero jugaba más, por eso Cruyff, en su obsesión por la pelota y ya en vigor la cesión penalizada, confió en él sin condiciones. Seguía siendo un gran equipo, de tremendos futbolistas. Pero las piernas y el cerebro, como se conoce, están íntimamente conectados. Muchos no estaban del lado de Cruyff, y él no lo estaba de muchos.

Lance del partido (foto:pinterest)
Lance del partido (foto:pinterest)

Real Madrid: Buyo/ Quique-Hierro-Sanchís-Lasa/ Milla-Laudrup-Luis Enrique-Amavisca/ Raúl (Martín Vázquez, min. 64)-Zamorano (Alfonso, min. 77)

FC Barcelona: Busquets/ Ferrer-Abelardo-Koeman-Sergi/ Guardiola (Nadal, min. 67)-Eskurza-Bakero (Romario, min. 48)-Amor/ Hagi-Stoichkov

Como se aprecia en las alineaciones, Valdano y Cruyff no eran sólo palabras. Eran sinceros creyentes de su religión particular. Una doctrina romántica pero más terrenal que cualquiera, pensada en arte y asentada en resultados. La del buen trato de balón, la del futbolista responsable y libre. La de los avanzados pensadores argentinos y holandeses.

Consecuentes, no se amedrentaron. La calidad en el escenario era equitativa, por tanto, la intensidad se postulaba como responsable del devenir. Sería, probablemente, la que partiría la balanza. Si en treinta y siete minutos de juego uno de los dos hace tres goles, es que ése es el equipo más implicado. Y lo fue el Real Madrid, con un Iván Zamorano fulminante. Hat trick y maza. El Barça pretendió hacer algo. Cruyff diría después que la primera media hora había sido un insulto de los suyos. Pero estando de parte del mérito más que de mentar a la culpa, insultante o no, lo que sí fue es un ejemplo de confianza en uno mismo. Confianza de Valdano y Cappa en sí, en sus ideas y en los suyos. Fe de Zamorano en que cada tiro fuese a parar dentro de los tres palos que cierran el rectángulo de gol. De Hierro y Sanchís en asegurar a Stoichkov. De Flores y Lasa, Luís Enrique y Amavisca en limar los cantos rivales hasta, comidos, penetrarlos. De Milla y Laudrup en buscar a Raúl en cada balón y de éste en procurarse los huecos que facilitaran la labor. Stoichkov se expulsó en el ecuador. Romario entró para nada y Luis Enrique y Amavisca tuvieron la recompensa del gol. El Real Madrid de Valdano, se cenó al Barça de Cruyff.

Menos de un lustro después, ambos técnicos dejarían la libreta a un lado para dedicarse a otros menesteres, alejados del barro. Desde aquí, se recuerdan como dos de las mayores pérdidas para el aficionado al fútbol, independientemente del color de la camiseta.