Cuando uno lee, o investiga sobre fútbol, lo primero que encuentra son las grandes leyendas del deporte: Maradona, Pelé, Cruyff, y un larguísimo etcétera, sobre el que no hemos venido a debatir hoy. Sin embargo, uno atestigua verdadero conocimiento de la historia del deporte cuando se encuentra con figuras únicas del mismo, jugadores tan característicos que no podría hallarse símil posterior o precedente alguno.

Hoy, en VAVEL, venimos a recordar una figura que aunque tuvo un breve paso por el beticismo, dejó su huella; porque es un jugador que nunca dejó indiferente a nadie, aunque tampoco era esa su intención. Hablamos de Trifon Ivanov, o como mejor era conocido, “El Lobo Búlgaro”.

Salvaje e independiente en el campo

Trifon Ivanov se formó como delantero en su niñez y adolescencia, pero según fue ascendiendo en las categorías del fútbol formativo en el Etar de su ciudad natal, fue reconvertido a defensor. Aún así, sus dotes goleadoras quedaron selladas a fuego en la personalidad de su juego, representante de lo que hoy sería considerado un estilo anti-estético.

Si algo caracterizaba a Ivanov era el acoso que hacía a su marca, sin temor alguno a enfrentarse a cualquier tipo de delantero, daban igual los galones de éste. Jugando siempre al límite de lo “legalmente permitido”, Trifon nunca pudo ser definido como un jugador sucio, simplemente buscaba entradas al límite de lo permitido por el reglamento, y la percepción del árbitro.

Esta cualidad resulta desesperante en el atacante, pues impedía de cualquier manera la manipulación fraudulenta de la entrada de Ivanov; el búlgaro siempre buscaba (y acababa encontrando) el balón entre las piernas del rival.

No todas las habilidades de Trifon Ivanov reposaban en el acoso defensivo del que hacía gala, pues como ya nombramos antes, el jugador pasó gran parte de su período formativo jugando en la demarcación de delantero, lo cual derivó en un instinto goleador durante toda su carrera.

En el Real Betis Balompié, Trifon Ivanov acabaría anotando ocho goles en tan sólo 55 partidos con el club, incluyendo un doblete (de penalti) al Barcelona. Sin embargo, donde destacó más de cara a la galería esta faceta es con la selección búlgara, donde anotaba sin vacilaciones preciosos goles con un golpeo preciso y potente, el cual tardaba poco en cargar.

Siempre con las maletas listas

Si bien Ivanov ha acabado siendo jugador referencia para la cultura del “Odio al fútbol moderno”, su carrera estuvo marcada por una fuerte inestabilidad en el fútbol de su época, donde pareció no encontrar una casa estable por más de tres años seguidos.

Llegó a Sevilla en el año 1990, con Hugo Galera en el cargo, justo a la vez que Hristo Stoichkov hacía lo mismo en Barcelona, tras firmar años buenos en el CSKA Sofía de Bulgaria. Sin embargo, la mala racha del equipo, que terminó descendiendo, hizo que volviese a su país natal para jugar primero en el Etar y luego en el CSKA, otra vez.

Aún así, su paso por el club se recuerda con gran cariño, puesto que en 55 partidos, su entrega en defensa así como su gran labor en ataque, marcando ocho goles, hizo que se convirtiera fácilmente en uno de los más queridos de la afición e incluso del vestuario, llegando a ser nombrado capitán del equipo.

Aún así, sus mejores años a nivel de club estaban por llegar; tras dos años complicados en el Xamax Neuchatel de Suiza, acabó recalando en Viena, ciudad en la que se asentaría y donde viviría sus mejores años como profesional, siendo el campeón austríaco de 1996 con el Rapid de Viena, y llegando a la Final de la Recopa de 1996.

Asimismo, también disputaría Champions League ese mismo año. Nuevamente, la indisciplina del jugador lo obligó a que hiciera las maletas para irse del equipo, pero circuló por Viena, primero en el Austria Wien y luego en un equipo de Tercera División, el FAC de Viena, donde se retiraría para luego formar parte de la dirección deportiva.

La generación dorada búlgara

Ivanov fue un lobo en los terrenos de juego, así como una persona con muy pocos complejos y poco reservada fuera de ellos. Sin embargo, esta personalidad acompañó a toda una generación de futbolistas búlgaros entre finales de los años 80 y la década de los 90, conocida como La Generación de Oro de futbolistas búlgaros, con grandes intervenciones en el Mundial de EEUU de 1994 y en la Eurocopa de Inglaterra de 1996.

Sin embargo, de entre ambas participaciones destacables, la más memorable fue la del Mundial de 1994 en Estados Unidos, donde un fuerte combinado búlgaro cuyos jugadores atravesaban en su mayoría la madurez deportiva, hicieron frente a un gran reparto de selecciones muy asentadas en el fútbol mundial de aquella época.

Sin ir más lejos, eliminaron a la entonces campeona Alemania en un histórico partido de cuartos de final que se resolvió por 2-1. Sin embargo, la todopoderosa Italia venció al combinado búlgaro por el mismo resultado, acabando así el torneo en una legendaria cuarta posición.

Con este bonito recuerdo, Trifon Ivanov reiteró que su partido favorito nunca se integró en alguno de esos torneos. A lo largo de los años, declaró que sus jugadores favoritos de todos los tiempos eran el holandés Ruud Gullit y el italiano Franco Baresi.

Pues bien, sus 90 minutos predilectos fueron precisamente contra el holandés Gullit en un partido preparatorio para la Eurocopa de 1988, donde Bulgaria empezaba a dar muestras de su calidad y valentía, ganando 2-1 a una mastodóntica Holanda (Gullit, Rikjaard, Van Basten, De Boer), que acabaría ganando aquel torneo.

Carisma, dentro y fuera del campo

Si la lectura ha alcanzado este punto, ya puede ser sencillo hacerse una idea de la singularidad que resultó Trifon Ivanov en el deporte del once contra once; pero la singularidad extrapoló lo deportivo, puesto que su desgarbada apariencia no era otra cosa sino un reflejo de la personalidad del Lobo Búlgaro, un hombre al que poco o nada importaban las opiniones ajenas, tampoco impresionar a los demás; conducirse por la vida en la mejor forma que conocía posible.

De entre las numerosas anécdotas que pudo firmar con su nombre y apellidos, en Sevilla se pueden contar algunas de ellas; sin ir más lejos, en la previa de su debut contra el Valencia en Mestalla, se le preguntó por su compatriota Lubo Penev, a lo que respondió  “Penev no es nada peligroso”. Pues bien, a los 11 minutos de comenzar a rodar el balón en Mestalla, Trifon dejaría K.O. al búlgaro Penev, resultado de una entrada. 

Así se las gastaba el bueno de Ivanov, del que se decía que en absoluto era de la profunda Europa del Este, sino del Barrio del Arenal, donde un bar llevaba su nombre; Casa Trifón (Hoy en día La Flor de Toranzo). El sentido del humor que en numerosas veces apreció el búlgaro de la ciudad de Sevilla derivó en que, a pesar de las dificultades con el idioma, se soltase alguna vez con el español, con cierto toque andaluz.

Aún así, las dificultades deportivas del Betis en aquella época complicaron su continuidad en el equipo, aunque eso no impidió que cuando ciertos rumores lo pusieron en la lupa Barcelona, un Lopera en su etapa más temprana no dudara en pavonearse de su descubrimiento del Este europeo.

Trifon Ivanov, un jugador que marcó una diferencia en el fútbol, un futbolista que acuñó su propio estilo y que supo sobrevivir en unos tiempos donde cada vez se le dio menos poder a futbolistas de sus características, los líberos.

Es por ello que representa un icono para aquellos que odian el fútbol moderno; un servidor se ha declarado siempre amante del desarrollo actual del juego (no de sus vías económicas), pero si se toma el suficiente tiempo para apreciar en vídeo partidos suyos, uno entra en consonancia con lo que él representaba para los aficionados al balompié de antaño, y comprende la imposibilidad de poder volver a ver jugadores así, movidos más por el amor al deporte y a su visión de juego que a otros factores que conforman a las grandes superestrellas que hoy tenemos.