El 26 de abril de 2012 Pep Guardiola dijo basta. Acompañado de Sandro Rosell y Andoni Zubizarreta y frente a la mirada de sus discípulos, el de Santpedor anunció su despedida como técnico del Fútbol Club Barcelona nombrando a Tito Vilanova como sucesor, poniendo fin a un recorrido inmaculado al frente del banquillo culé. Lo hizo sentado en la misma silla en la que cuatro años atrás, en verano de 2008, pronunciaba sus primeras palabras como entrenador del club de su vida. Catorce títulos y un sinfín de distinciones separan al entrenador hambriento con aires de novato en el que confió Joan Laporta del emblema saciado que decidió por motu-propio cerrar un capítulo casi inédito de la historia culé.

El del Pep Team es uno de esos best sellers que uno no querría dejar de leer nunca, o mejor dicho, que uno no querría que acabase nunca. Pero lo hizo de la mejor manera posible, con la sensación de haber perfeccionado incluso la obra de sus precedentes. Es la historia de un triunfo envidiable, que termina en mayo de 2012 en el Estadio Vicente Calderón  y  comenzó a forjarse en el Estadio de Mestalla con el Athletic de Bilbao como denominador común. El conjunto vasco fue testigo del comienzo y fin del cuento de hadas que convirtió a Pep Guardiola en artífice de la era más triunfadora de la historia del Fútbol Club Barcelona. 

Las raíces del "Pep Team": El Triplete

Guardiola llegó con el libro de estilo que Johan Cruyff le había impregnado desde su etapa como futbolista y que había amamantado a lo largo de una vida forjada en la Masia. El de Santpedor lo llevó al extremo para hacerlo su propia obra. Unas premisas, las del ADN Barça, que se ajustaban perfectamente a los ingredientes de los que disponía en su equipo. El talento de Xavi Hernández, Andrés Iniesta o Leo Messi, bebedores del mismo agua que el propio Pep, se complementó de manera estratosférica con la mente privilegiada que el técnico demostró desde el primer día, para llevar al Barça a lo más alto del fútbol nacional e internacional durante cuatro temporadas.

La primera de ellas llevó incorporada esa dosis de suerte del principiante junto a una evolución palpable. Guardiola emergió desde el filial como la solución a la etapa agridulce de Frank Rikjaard como entrenador blaugrana para llegar y besar el santo. Tres de tres. Copa, Liga y Champions. Un tridente demoledor - formado por Messi, Thierry Henry y Samuel Eto'o- que haría olvidar la estampa de hombres como Ronaldinho, condució a un Barça renovado y repleto de ambición a ganarlo todo. Todos fueron protagonistas en una de las hazañas que más se recuerdan en la historia del deporte rey, desde los tres goleadores hasta la figura del portero suplente, encarnada en José Manuel Pinto. Pero si en algo asentó su éxito Pep Guardiola, fue en el centro del campo.

El trivote formado por Xavi, Sergio Busquets y Andrés Iniesta en la medular resultó igual o más trascendental que el atacante. Lo cierto es que todos los futbolistas eran imprescindibles para que el primer engranaje de Guardiola funcionara a la perfección, como lo hizo en el Santiago Bernabéu, Mestalla, Roma o el Camp Nou. Escenarios, entre otros, en los que se volvieron a consumar grandes noches que el barcelonismo echaba en falta. Desde un histórico 2 a 6 ante el eterno rival, o el 2 a 0 que sirvió para tatuar frente al Manchester United la tercera Champions de la historia culé.

El año del sextete

Un hito histórico, el del Triplete, que se redondearía en 2009 con otro nunca antes visto. Tras una temporada inmaculada tocaba consagrar el reinado en el primer tramo de temporada. Piezas nuevas en un puzzle en constante reinvención pero con la misma base se adaptarían para llevar al Barça hasta "el otro triplete". Las Supercopas de España y de Europa confirmaron en verano la dinámica imponente del Barça de Pep, que con más sudor del esperado sumaría 5 títulos en el historial estrenado hacía apenas una temporada.

Resultó más costoso el segundo asalto, en el que el cuerpo técnico culé tuvo que saber domesticar la conflictiva figura de Zlatan Ibrahimovic. El sueco, que no tuvo su mejor año en Can Barça, llegaba como estrella afincada en lo alto del ataque pero supo compaginarse con Messi y el emergente Pedro Rodríguez. Junto a ellos lideró la segunda liga en dos años y culminó la machada del Sextete. El Mundial de Clubes que sirvió en bandeja Leo Messi con el pecho frente al correoso Estudiantes de la Plata fue el cúlmen del año perfecto que consolidaba al Barça en el apogeo del planeta fútbol.

El esplendor de Wembley

En dos años, Guardiola había reconducido de manera casi inexplicable a un Barça titubeante en etapas anteriores. No sólo eso, sino que incluso había hecho llevar sus dogmas futbolísticos hasta el estudio científico. Con siete títulos en dos años, Pep asumía el reto de igualar o mejorar el historial firmando en 2010 por una tercera campaña al frente del club azulgrana. Lo hacía con el grueso de la selección española que ese verano se coronaba como nueva campeona del mundo impregnada de filosofia culé. Xavi, Iniesta, Piqué, Sergio Busquets o Pedro regresaban de Sudáfrica junto a otro estandarte del fútbol español, David Villa para llevar al Barça  la ambición ganadora de "la Roja".

Messi se alimentó de los campeones del mundo para guiar al Barça hacia el doblete, que culminaría con la segunda Copa de Europa en apenas dos años, además de consagrarse con su segundo y tercer Balón de Oro de manera consecutiva. Cifras aparte, "la pulga" se estableció como el gran dominador del escenario futbolístico junto al resto de compañeros, que con el sello de Pep brindaron al barcelonismo exhibiciones para el recuerdo. Junto a la mítica final de Wembley frente al Manchester United de Alex Ferguson, deshecho en elogios hacia Guardiola, los azulgrana dibujaron esa misma campaña una rotunda goleada al Madrid de José Mourinho, archienemigo del técnico catalán en los banquillos. El famoso 5 a 0 en el Camp Nou confirmó la hegemonia culé frente al Real Madrid, siendo una de las muchas exhibiciones que vivió el templo barcelonista esa temporada. El Barça logró deleitar en el clásico y en tantas otras citas con un juego basado en la posesión y la posición que tanto identifica al lenguaje de la Masia, pero sobre todo con el sello propio de su mentor.

El epílogo de un cuento de hadas

Consagrado como el mejor técnico de los últimos años y habiendo recuperado al hegemonía para su Barça, a Guardiola no le quedaba nada más por demostrar después de tres años. Sin embargo, quería poner el broche a su trayectoria en el club de su vida culminando una cuarta y última campaña. Una decisión que tuvo en mente desde el principio de curso, pero que se confirmaría al final de este con el anuncio de su relevo en el banquillo. Tras un último curso en el que se redondearía un palmarés inédito de 14 títulos en cuatro años, fue Tito Vilanova el que sucedería el legado de su mano derecha. Bien merece un capítulo aparte el de Bellcaire, que resultó trascendental para entender el modelo de juego culé. Desde la sombra y como segundo entrenador, Vilanova fue el inseparable maestro de operaciones de Guardiola en sus cuatro años.

El tándem, junto al resto del cuerpo técnico, confió en el inamovible 4-3-3 para sustentar un juego envidiable que en la temporada 2011/2012 vendría acompañado de algunas modificaciones. Fue en su último año cuando Guardiola se aventuró más en hacer experimentos y probaturas. De ahí que recurriera, como no lo había hecho en años anteriores al 3-4-3 o que asignara a Leo Messi el rol de "falso 9" para convertirlo en un futbolista total. No solo eso, sino que también brindó más confianza que nunca a los jóvenes del Barça B. Aunque en toda su etapa la Masía tuvo un peso fundamental, fue en su último curso cuando recurrió más a las perlas del Club. En total, fueron 22 los futbolistas de la base azulgrana los que tuvieron la oportunidad de debutar en el primer equipo de la mano del de Santpedor, demostrando también la plenitud del fútbol base azulgrana a todo el mundo. 

Terminó manteado y homenajeado en el césped del Camp Nou, donde había sido recogepelotas, jugador e incluso capitán del club de su vida, para poner un punto y aparte en su carrera. Con el inconformismo por bandera, Guardiola quiso ver mundo para vaciarse de un fútbol que le había llenado con títulos y reconocimientos en apenas cuatro años. Una etapa impagable para el barcelonismo, que tuvo en Pep el fiel reflejo del cruyffismo que tanto había enamorado en su tiempo. Y es que Guardiola, asimilándose en la figura del técnico que le hizo crecer, ha marcado un antes y un después en la historia de un club en constante evolución  que sigue persiguiendo la estela del estilo que él mismo reivindicó.

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