Siempre me he preguntado qué se le pasará por la cabeza a Leo Messi cada vez que el Fútbol Club Barcelona queda retratado. Cuestión de interconexión o de seguir argumentando que, a cada día que pasa, el equipo en el que se quedó y del que intentó remontar el vuelo se ve más reflejado en la premisa de jugar como nunca y perder como siempre. Porque, realmente, es lo que está pasando con Ronald Koeman. Lo que lleva pasando desde que llegó el holandés y lo que se viene dando en las últimas temporadas. Nada que no reafirme lo que confirma que es un equipo que está perdiendo oportunidades a granel para regresar a una hegemonía que, hoy por hoy, parece inalcanzable. Lo cierto es que, al igual que esa situación de incertidumbre que se viene dando, lejos de apaciguar el ambiente caldeado que se denotaba en las inmediaciones del Camp Nou hasta hace bien poco, lo que está haciendo es consolidarse, tampoco se puede negar que la reconversión es más que necesaria. Véanse las carencias de las que es sufridor el que, a priori, podría lucir la condición de favorito para alzarse con la Copa del Rey, empezando por las que se ven en la zaga defensiva, que es por donde tiene que empezar a construirse un proyecto solvente.

El Sevilla puede presumir de tener un pie en la final del 17 de abril y puede hacerlo con el orgullo de haber firmado uno de sus partidos más efectivos de la temporada. Mientras muchos achacarán el bajo rendimiento del Fútbol Club Barcelona en la eliminatoria a la "plaga" de lesiones que parece haber eclipsado la defensa a ultranza de la que podría haberse beneficiado in extremis de haber estado disponibles Gerard Piqué o Ronald Araújo, otros tantos seguirán preguntándose el por qué de la suplencia de Clément Lenglet, en el banquillo en detrimento de Samuel Umtiti, con una faceta totalmente irreconocible y eso que en su día apuntó a ser uno de los mejores centrales del mundo. Que el técnico holandés apostara fuerte por su titularidad no ha pasado factura una vez, sino que lo ha hecho dos. A raíz de un error suyo llegó el tanto que "abrió la lata" en la capital andaluza y por él, los de Julen Lopetegui ponían la directa a hacerse con un hueco en la gran noche que dentro de aproximadamente dos meses se vivirá en La Cartuja.

Hoy, el Fútbol Club Barcelona ha quedado contra las cuerdas. Lastrado por las lesiones o no, ha protagonizado un bajón que ha supuesto el tomarse en serio, de una vez por todas, lo de que de poco sirve llamar a la competición del KO "fetiche" si de verdad no se ha dado un golpe con autoridad sobre la mesa tras tantos titubeos en las fases previas. Los azulgranas ya se libraron en Cornellà, volvieron a conseguirlo en Granada y, como a la tercera va la vencida, el Sevilla, fardando de lo que significaría proclamarse campeón en casa, tomó la delantera.

El plan de Julen Lopetegui funcionó a las mil maravillas. Con una buena estrategia defensiva, Yassine Bounou bajo palos, decidido por arriba y solvente a ras, Rakitić con bastante lucidez y el Fútbol Club Barcelona cojo de efectivos, las carencias salieron a relucir con el reto que supondrá el recibir al Paris Saint-Germain en el contexto del regreso de la máxima competición continental y que podría terminar de ser un lastre, teniendo en cuenta que no siempre el ataque puede arreglar los fallos atrás. A Samuel Umtiti le pasó con Jules Koundé, que parece no tener límites con apenas 22 años, unas cualidades y un dominio de juego impropios de un central de esa juventud, en la jugada del 1-0 y, al no llegar la reacción, el que fuera centrocampista croata del conjunto azulgrana remataría la faena. Ivan Rakitić hizo el segundo y último de una noche para olvidar.

Se repetía así la escena de la condena que siempre supone para el Fútbol Club Barcelona el malgastar la opción de ponerse por delante en el marcador. Falló Messi, atípico (y con razón) en medio de las novedades tácticas de Koeman, con Junior Firpo en el lateral derecho.

Bien es cierto que la esperanza siempre es lo último que se pierde, pero la confianza es clave para no cesar en el intento. En medio de la ley del máximo respeto, llevada a cabo por ambos equipos en un partido cartesiano, el Sevilla, con Joan Jordán a los mandos, arrinconó al favoritismo. Lo hizo en un trayecto de área a área y a la espera de una reacción que no acaba con las esperanzas nervionenses de poder llegar a alzar su sexta Copa. Así fue como la competición "fetiche" dejó de serlo.