Wembley acogió el choque de dos 'aspirantes' convertidas en 'favoritas' con el transcurso de los partidos y las sensaciones. Dos grupos jóvenes, inexpertos en escenarios donde el planeta mira y el país empuja, demostraron de una forma u otra que el fútbol no entiende de veteranía ni favoritismos, sino de lo que le acontezca al propio balón. España chocó consigo misma en la búsqueda de una contundencia que la arrastró al infierno de los penaltis. Contra Suiza fue cara, contra Italia cruz. A pesar del dominio abrasador de 'La Roja', Italia resistió como su historia rezaba. El catenaccio volvió el día más importante, porque las raíces, aunque se camuflen, permanecen intrínsecamente vinculadas a una Azzurra que pisa su cuarta final, con la segunda Eurocopa entre ceja y ceja.

Dani Olmo, la llave de Luis Enrique

Lucho desarboló a dos titanes del área como Bonucci y Chiellini desde la pizarra. Les quitó una referencia y les puso a un agitador de los espacios como Dani Olmo, que firmó un partido de los que marcan carreras. Ejerciendo de falso 9, el del Leipzig fue un dolor de cabeza para una Italia que picaba con sus movimientos sin saber cómo detenerlos. Se instaló entre líneas para crear espacios, dar superioridad a España y encontrar líneas de pase. Olmo personificó junto a Pedri y Busquets la bonanza con balón, recibiendo en ventaja o poniendo en ventaja al resto, dando dinamismo, acelerando jugadas y surgiendo como apoyo. Su insistencia no cesó en 120 minutos en los que ni se sació ni dejó de alimentar al juego (asistencia a Morata). Su ineficacia en el área quedó sepultada por cómo fluyó y cómo influyó en una Selección que encontró en él la llave para abrir a Italia.

Dani Olmo entre la zaga italiana / FOTO: UEFA
Dani Olmo entre la zaga italiana / FOTO: UEFA

Pluscuamperfecto Pedri

El chico de oro. El descubrimiento más importante en años se desnudó al mundo como lo que es: un diamante pulido con tan solo 18 primaveras. A Pedri las citas de renombre no le cohíben, le excitan. Contra un centro del campo dominante como el italiano, hizo relucir su fútbol de la mano de BusquetsKoke y Dani Olmo. Con el capitán fraguaba las jugadas con una sociedad marcada por el pase vertical; en Olmo halló un sustento, bien para recibir liberado o bien para enlazar su juego; y en Koke a un basculador. La refinada posesión de España se explica por el peso de su medular frente a Jorginho-Verrati-Barella, a los que venció con y sin balón, ejecutando una presión que les borró del tablero.

Pedri rozó la excelencia / FOTO: UEFA
Pedri rozó la excelencia / FOTO: UEFA

El canario firmó un 100% en pases en los 90 minutos (56/56), dejándose en la prórroga dos errores de los 65 envíos que probó. Impactante en cada altura en la que se situaba, dando el toque, el ritmo y el movimiento que pedía la jugada. Jugar con mejor lectura, más sentido, más acierto y más importancia es difícil. Es imposible si tienes 18 años.

La grandeza de los oprimidos

El nivel de España nace de la unión de sus piezas y su funcionamiento, porque aunque haya eslabones más brillantes, el colectivo es quien ha dado identidad al juego. Contra Italia, Laporte volvió a erigirse como jerarca del área propia y como primer lanzador para la contraria. Encontró en Eric García, quien experimentó su maduración futbolística en Wembley, el socio que se anticipa, crea y anula. Azpilicueta, con la agresividad por bandera, le negó tiempo y espacio a un Insigne perdido, mientras que Busquets daba alas al equipo por delante. El de Badía fue ganando peso en el partido hasta plantar a España a una altura infernal para Italia. Su enésima exhibición y el enésimo ejemplo de que el fútbol no descansa en los elegidos. Sin él, España perdió profundidad, velocidad y lucidez.

Busquets dominando el juego / FOTO: UEFA
Busquets dominando el juego / FOTO: UEFA

Oyarzabal vivió en una montaña rusa de sensaciones. Entró mal al partido, fallón en la definición y en la toma de decisiones. En la segunda parte, cuando empezó a ostentar protagonismo en la construcción de los ataques encarando, ofreciéndose y recibiendo liberado, protagonizó la falta de contundencia de España, pero cuando el marcador ahogaba, apareció Morata. Entró con hambre, leyendo a los centrales, sacándolos, insistiendo hasta encontrar en Dani Olmo al intérprete que le dibujase la pared con la que empató el partido. El delantero se colocó como máximo goleador de España en la historia de las Eurocopas (6 goles) en un triunfo (momentáneo) de la resiliencia. Pero para él, la justicia poética sigue sin cerrarse.

Morata celebra el 1-1 / FOTO: UEFA
Morata celebra el 1-1 / FOTO: UEFA

La tanda no sonríe dos veces

España ya vació su suerte contra Suiza. Dani Olmo, MVP del partido, falló. Morata, héroe en el desenlace, falló. Los penaltis fueron crueles con un equipo al que le volvió a sentenciar el 'debe' que lo lleva persiguiendo un lustro. La determinación que le faltó para materializar lo generado le sobró a un Chiesa que se vació en la soledad del contragolpe. España anuló las virtudes del que venía con el reconocimiento de 'equipo más poderoso de la EURO' desde la pizarra, lo colectivo y lo individual. Luis Enrique volvió a lucir en su faceta de interventor y de arquitecto de presiones, retando a la Azzurra hasta obligarla a salir en largo y tirar de fondo para emparejar el partido. Por momentos, Italia creció en las transiciones, producto de la adelantada línea de España (tan peligrosa como efectiva para concentrar jugadores en poco espacio y robar rápido) y de la gasolina de su tridente, pero la Selección supo convivir en el riesgo.

España tras caer en penaltis / FOTO: UEFA
España tras caer en penaltis / FOTO: UEFA

La falta de claridad en el último tercio fue el mejor aliado de Mancini, que tiró de enciclopedia para regresar a lo que Italia siempre fue: repliegue y contragolpe. Cerró carriles interiores, blindó el área sobre Bonucci y Chiellini, y resistió, a pesar de la desmedida ambición de España en su doctrina, aquella que solo los penaltis le arrebataron.