Ser anfitrión implica organización, preparación, presentación y, por supuesto, huéspedes. La Real Federación Española de Fútbol no escatimó en rácanos proyectos y decidió constituir una competición que fuera recordada más allá de los participantes que allí concurrían. Y así lo consiguieron. Los pabellones lucieron repletos, mérito en gran parte de que tan sólo unos meses antes la selección española de fútbol sala se habría proclamado campeona de Europa en territorio cordobés, lo que instigó a la afición a interesarse más aún en un deporte que ya ostentaba una amplia tradición en la península ibérica. Fueron 16 las selecciones que se reunieron en Segovia, Murcia, Castellón de la Plana y Barcelona. Ninguno se arrepintió.

Y es que el ambiente se respiraba en cada cancha, el apoyo era masivo a cada combinado viniera de donde viniera, el objetivo era vivir una fiesta inspirada en el respeto y la deportividad. Si España avanzaba, mucho mejor; pero el bienestar de los allí presentes significaba mucho más que cualquier resultado deportivo.

Como siempre, cuatro eran los grupos en los que se dividía la primera fase del torneo: en el grupo A coincidía España, Ucrania, Australia y Egipto, fáciles presas para los equipos europeos; por el contrario, el grupo B ofrecía más dudas por la aparición de Países Bajos, Rusia, China y Argentina; mientras que el C recogía a Italia, Uruguay, Estados Unidos y, por primera vez, Malasia; por último, Brasil, Bélgica, Irán y Cuba completaban el grupo D. Los países europeos dominaban las predicciones sobre el pase a la segunda ronda. Acertaron.

Todos los equipos europeos inscritos lograron acceder a la siguiente fase. Algunos, como Rusia, con más dificultades, y otros, como España, arrasando con tres victorias, 18 goles a favor y sólo tres en contra (el que menos). Los presagios se confirmaban. Lo hispanos, junto a ucranianos, derrotaron holgadamente a egipcios y aussies, mientras que la selección oranje y la rusa accedieron, con más problemas, a objetivos más altos tras desarbolar a China (18 goles en contra) y sufrir con Argentina.

En el resto de grupos siguió imperando la lógica. Primero, el grupo C vio cómo Italia y Uruguay (hermanadas desde siempre) obtenían el mismo número de puntos (7) en detrimento de yankees y malayos. Éstos últimos se despidieron del torneo con 24 goles encajados en su primera participación. La favorita, Brasil, ni mucho menos tuvo problemas para ganar los tres encuentros ampliamente y clasificó con el mayor saco de goles (31); le siguió Bélgica, dejando atrás a Cuba e Irán en el encuadre D.

De esta forma llegaba la fase intermedia del torneo con seis equipos europeos (cuatro de ellos en el mismo grupo) y dos sudamericanos. Nunca antes se produjo un dominio igual por parte de un continente, lo que añadió singularidad a la cita. España, apabullante, siguió con la racha victoriosa que le caracterizó e invitó a Rusia a que siguiera sus pasos para las semifinales; idéntico camino que siguieron Brasil y Ucrania, aunque esta vez los cariocas dejaron entrever algún síntoma de piedad en el partido que ambos conjuntos empataron a dos en Castellón. Brasil-Rusia y España-Ucrania conformaron las semifinales del torneo.

Serginho, Manoel Tobías, Vander y Fininho no dieron opción a rusos y le endosaron un sangrante 6-2 que clasificaba a los brasileños en su tercera final en otros tantos campeonatos disputados. En la otra orilla parecía acaecer un déjá vu en la mente de españoles y ucranianos cuando se repitió idéntico resultado que el que ambos firmaron en la primera fase: 4-1 para los anfitriones. España, por primera vez, arribaba en una final del Campeonato del Mundo. Mientras tanto, Rusia se adjudicaba la tercera plaza ante Ucrania por 3-2.

Sin un juego tan vistoso como el desplegado cuatro años antes, los sudamericanos lograron vencer de forma más agónica de la proyectada en sus mentes. La afición del Palau Sant Jordi apretaba cada jugada y hacía vibrar piernas de visitantes y latidos de los locales, algo insuficiente para evitar que Manoel Tobías se proclamara Balón y Bota de Oro del torneo con total merecimiento como principal artífice del tercer Mundial brasileiro.

No hay herida más profunda que perder un único encuentro en un torneo mundial, que sea en casa y que, desgraciadamente, esa primera derrota se origine en la final. Las heridas, por fortuna, se relamen y cicatrizan para construir la voz de la experiencia. En otras ocasiones también sirven para hacer de recuerdos y formalizar la venganza. Sí, como en Guatemala.

Clasificación final:
-Campeón: Brasil.
-Subcampeón: ESPAÑA.
-Tercer lugar: Rusia.
-Cuarto lugar: Ucrania.