La Fórmula 1 disputó este año 2016 su sexagésimo séptima temporada. Es indudable que, desde que comenzó, el deporte se ha transformado de manera drástica en casi todos sus aspectos: poco tienen que ver los coches de 1950 con los que conducen los pilotos actualmente. Los equipos se han profesionalizado al máximo, hasta convertirse en maquinarias perfectamente engrasadas, con el único objetivo de ganar. El calendario se ha alargado y globalizado de manera radical, frente a aquellos primeros mundiales que apenas largaban velas más allá de Europa. Tecnología, dinero, velocidad… Todo ha ido evolucionando.

Sin embargo, es posible extraer un elemento más del gran circo de la F1 que ha permanecido invariable, pese al devenir de los años y las transformaciones del campeonato: la fascinación que suscitaba este deporte entre los aficionados. La valentía y el arrojo de los pilotos, la velocidad y el estruendo de los motores, los circuitos que suponían una auténtica trampa mortal para los que se adentraban en ellos… Todos esos elementos convirtieron al deporte en un terreno en el que lo mítico y lo humano se fundían, y en el que los héroes ya no se llamaban Aquiles o Ulises, sino Jackie, Jim o Gilles.

Foto: Sutton
Foto: Sutton

Es posible extraer un elemento más del gran circo de la F1 que ha permanecido invariable, pese al devenir de los años y las transformaciones del campeonato: la fascinación que suscitaba este deporte entre los aficionados

Durante décadas, los espectadores se acercaban hasta los circuitos o se estremecían frente a su televisión o radio para ver a aquellos guerreros combatir contra las adversidades, contra los rivales y hasta contra ellos mismos para conseguir la tan ansiada victoria. Esas historias de gloria y fracaso emocionaron a millones de espectadores a lo largo de la historia.

Además de ello, la alianza de la F1 con marcas globales y empresas multimillonarias transformó por completo la cara externa del deporte. Si, a priori, cualquiera relacionaría un deporte del motor con manchas de aceite, olor a gasolina y el ruido ensordecedor de los motores, la Fórmula 1 consiguió convertirse en sinónimo de glamour, lujo y prestigio.

Uniendo estas dos particularidades, nos encontramos ante un deporte que no solo es percibido como uno de los más arriesgados y excitantes del mundo, sino como uno -sino el que más- de los más lujosos y exclusivos. Con ello, el embrujo está servido. Un embrujo que transforma a los pilotos en un híbrido entre gladiador y playboy y que provoca una legión de aficionados incondicionales durante años y años.

Todo ello hace que enfrentarse a un escenario en el que la F1 no solo pierde audiencia, sino que  parece generar menos interés entre los espectadores sea un misterio que haga necesario indagar en los porqués y en las posibles soluciones que este fenómeno de reciente aparición puede tener.

Hablemos de números

Lo dicen todas las estadísticas: desde el año 2008, y de manera global, la F1 ha perdido, aproximadamente, 200 millones de espectadores, dejando el cómputo numérico global en unos 400 millones de videntes, según las últimas cifras que maneja la FOM, empresa encargada de la difusión mediática del deporte. Esto quiere decir que, en apenas ocho años, la categoría reina del automovilismo ha perdido un tercio de su audiencia mundial. Un tercio de la gente que veía la F1 en la temporada 2008 ya no la sigue actualmente. O al menos no lo hace a través de las vías habituales, aunque entraremos más a fondo en esta cuestión un poco más adelante.

Cualquier marca comercial global que pierda, en menos de una década, 200 millones de consumidores parecería estar entrando en una crisis profunda

Lo cierto es que, ateniéndonos únicamente a las cifras, el descenso parece preocupante. Cualquier marca comercial global que pierda, en menos de una década, 200 millones de consumidores parecería estar entrando en una crisis profunda. En este caso, se trata de un deporte de carácter mundial, una marca internacionalmente conocida que mueve millones y millones euros y de espectadores a lo largo de los 12 meses. Empresas, gobiernos, todos quieren una tajada de la gran tarta de beneficios que supone la F1. Sin embargo, espectadores cada vez hay menos.

Pero es que, además de la cantidad contante y sonante, que es, de por sí, amenazante, hay que tener en cuenta la tendencia a la baja en la que se ha instalado la audiencia de la F1: esa pérdida lenta pero imparable que hace que cada año la categoría vea como se desangra en términos de seguidores: 600 en 2008, 520 en 2009, 515 en 2011, 500 en 2012… Así, bajando sin parar, año a año, hasta llegar a los 400 de 2015. Tan solo el año 2010 pareció salirse ligeramente de esa progresión negativa, llegando hasta los 525 millones de espectadores en la que fue una de las temporadas más emocionantes de la historia reciente. Sin embargo, y por desgracia, ese año no supone más que una excepción en la regla imperante: cada vez menos gente ve la Fórmula 1.

Televisión y pasión

Obviamente, el epígrafe anterior solo recoge una porción -si bien muy importante-, de lo que supone el seguimiento por parte del aficionado: la televisión. Sin embargo, cabe plantearse hasta qué punto, en un mundo en el que la televisión tradicional parece estar en retroceso, la pérdida de aparente de espectadores supone, también, una falta de interés en el deporte.

Numerosas voces han afirmado que, conforme el modelo de retransmisión ha ido cambiando, muchos espectadores han recurrido a modos de visitando ilegales, tales como el streaming. Es decir, que al dejar de retransmitirse todas las carreras de manera gratuita en países como España, o Reino Unido -iniciando su andadura en la F1 operadoras como Movistar o Sky-, muchos espectadores renunciaron a tener que convertirse en abonados, a pagar una cuota, y decidieron intentar seguir el deporte a través de internet.

Son muchas las voces que señalan que el seguimiento de la F1 está lejos de estar en riesgo, y de que esta pérdida de televidentes se debe a una corriente general en el modo de ver el deporte y la televisión

Diversos medios, como motorsport.com, decano informador del deporte del motor, señalan que esta tendencia también se ha podido ver en otros deportes, como el fútbol. En Inglaterra, desde que la Premier League se emite, como la F1, por Sky, se ha podido apreciar un descenso de hasta un 20% en el número de espectadores. Del mismo modo, la revista estadounidense The Atlantic apunta también a una pérdida en el número de espectadores de fútbol americano. Tomando estos casos como ejemplo, son muchas las voces que señalan que el seguimiento de la F1 está lejos de estar en riesgo, y de que esta pérdida de televidentes se debe a una corriente general en el modo de ver el deporte y la televisión, y no un problema concreto de la categoría reina del automovilismo. Se trataría, entonces, de que los espectadores tan solo cambiarían el modo de seguir el deporte, pasando de los canales oficiales a un seguimiento ilegal a través de la web.

Esto querría decir que, pese al decreciente número de videntes oficiales que se cuantifican en las cifras dadas en el epígrafe anterior, la F1 no ha perdido esos seguidores: tan solo han dejado de computar de manera tangible al no estar suscritos a una operadora de televisión concreta. Las páginas que ofrecen -pese a los esfuerzos de la FOM- un streaming en directo de los GP de F1 suponen una alternativa de coste cero -pero ilegal- a los aficionados que, por los motivos que sean, no quieren pagar la cuota.

Son estas las voces más optimistas, que ofrecen un discurso sin aparente preocupación: la F1 no ha perdido espectadores, tan solo no se pueden cuantificar.

Sin embargo, y dado que parece que internet es la vía de escape alternativa para aquellos que no desean ver la F1 “de pago”, conviene indagar un poco para saber si esta afirmación es cierta. Y lo que nos depara dicha investigación viene a confirmar lo señalado anteriormente: la F1 ya no genera el mismo interés.

Internet no miente

Google Trends es una herramienta que permite, a cualquier usuario, conocer con cuánta frecuencia y en qué volumen se ha buscado un término particular en todo el mundo. Esta aplicación permite calcular el interés -al menos en términos- que un evento, persona o asunto ha generado a los internautas. Representa, de manera muy gráfica y clara, las tendencias de búsqueda de todo el planeta.

Pues bien, un vistazo rápido a dicha aplicación apunta a que el descenso de espectadores que sufre la F1 es similar -si bien menos drástico- al que experimenta en lo que se refiere a búsquedas de internautas, como señala la gráfica de Google.

En dicha gráfica podemos observar cómo los usuarios han sido, con los años, más reacios a realizar en Google búsquedas relativas a la F1. Sin duda esta tendencia empezó más tarde que la relativa a las televisiones. Pero no deja de trasmitir la misma idea: poco a poco, la F1 genera menos interés, tanto a un nivel de audiencias como en la web.

Pero si, supuestamente, internet supone una alternativa a los medios tradicionales a la hora de seguir la F1, ¿por qué desciende también el interés de los usuarios? ¿Cómo se puede mantener el argumento de que la gente sigue viendo la F1 por internet cuando el propio internet se encarga de desmentirlo?

La respuesta es dura, pero sencilla: la Fórmula Uno, por diversos motivos, ya no interesa tanto.

Las causas

De cualquiera de las dos maneras en las que se puede medir -de manera cuantificable- el seguimiento que el público moderno realiza de la F1 vemos que hay una tendencia a la baja. Que sea más o menos equiparable a otros deportes o eventos de carácter global no ha de ser óbice para que se estudien las causas de este fenómeno de manera detenida y, si cabe, se intente poner un remedio rápido y efectivo a ello. La F1 no puede permitirse perder espectadores -desde un punto de vista económico-, como tampoco puede permitirse que a la gente ya no le apasione la competición -desde un punto de vista deportivo y de espectáculo-.

La Fórmula Uno, por diversos motivos, ya no interesa tanto

Por ello, ¿qué hace que la F1 sea vista con menos pasión, con menos entusiasmo? Sin duda cada aficionado -que haya perdido el interés- tendrá sus propios motivos. Uno de los más exhibidos son los motores V6, introducidos en 2014, y que disminuyeron radicalmente una de las señas de identidad claves de este deporte: el tremendo ruido que generaban los coches. Por otro lado, las rachas de dominio -casi- imparable de Red Bull primero y Mercedes después han hecho que muchos vean las carreras como competiciones predecibles, en las que todo se decide en la primera curva entre -como mucho- dos pilotos de un mismo equipo. Otro de los motivos que más se suelen presentar es la excesiva tecnología que presentan estos coches actuales, y que impide, según una visión bastante extendida, que el piloto brille con luz propia.

La necesidad de ahorrar combustible y componentes, la creciente presencia de pilotos de pago en equipos de media tabla, los circuitos anodinos que no presentan ningún reto o incluso los coches poco atractivos visualmente… Son algunos de los motivos presentados por buena parte del público a la hora de justificar su pérdida de gusto por la F1.

¿Existen soluciones?

Como hemos señalado antes, lo importante no es si la F1 está o no perdiendo espectadores, si no de qué manera se puede invertir la tendencia de que la categoría reina esté tan mal considerada por el público. Y, en esta cuestión, un elemento clave es la manera en la que se publicita el propio deporte, es decir, como se venden las carreras al espectador.

Pongamos por caso uno de los debates que se han venido estableciendo estos últimos años: ¿está el Mundial de Resistencia -WEC- superando a la F1? Muchos -famosas son las declaraciones de Fernando Alonso- opinan que sí, que los LMP1 -clase reina de la categoría- son los coches tecnológicamente más avanzados del mundo, a un nivel de velocidad cercano a los de la F1 y con una competitividad extremadamente alta.

Ahora bien, si tenemos claro que, pese a lo avanzados que son, los LMP1 están aunque sea tan solo un paso por detrás de los F1, ¿cómo es posible que una buena parte del público los vea como mejores y ofreciendo una competición mas avanzada? La respuesta es sencilla: una cuidadosa labor de relaciones públicas, que vende los LMP1 como una categoría verdaderamente emocionante.

La F1 siempre se ha desarrollado bajo la premisa del avance constante: desde su mismo nacimiento, buena parte de la emoción que generaba en los aficionados este deporte se debió al saber que se trataba de una competición pionera, que indagaba en los avances más extremos de la ciencia y la tecnología para ofrecer los coches más elaborados del planeta.

Ahora no podemos negar que la F1 siga haciendo eso mismo. Lo que sucede es que lo hace en otra dirección. Mientras que durante todo el siglo XX la categoría evolucionó en busca de la velocidad más extrema, ahora, en las primeras décadas del siglo XXI, su evolución busca, con la misma voluntad de alcanzar los límites, una tecnología eficiente, que ahorre combustible y que sea conciliable con un mundo con recursos cada vez más escasos, tanto a nivel económico como a nivel natural.

El WEC y sus promotores entendieron esto a la perfección: no teniendo la parrilla más extensa ni el formato más atractivo a priori -por carreras demasiado largas-, ha ido creciendo en popularidad base de convencer a sus seguidores de que los motores híbridos y demás avances tecnológicos son, no solo necesarios, sino buenos para el futuro del deporte.

Algo similar sucede con la cuestión del reciente dominio de Mercedes, uno de los aspectos que se han exhibido como claves a la hora de hablar de esta pérdida de popularidad. Sería de necios negar que la F1 ha experimentado otras épocas de similar cadencia deportiva: es decir, el dominio de un solo equipo de manera irrevocable. Sucedió a finales de los 80 con McLaren, en los 90 con Williams, y, más recientemente, en los 2000 con Ferrari y Schumacher. Ninguna de esas épocas parece haberse resentido en términos de popularidad. Sin embargo, la actual, con un dominio de Mercedes que no es nada distinto al de los anteriores, es, según los agoreros, un desastre para el deporte.

La F1 siempre se ha desarrollado bajo la premisa del avance constante: desde su mismo nacimiento, buena parte de la emoción que generaba en los aficionados este deporte se debió al saber que se trataba de una competición pionera, que indagaba en loa avances más extremos de la ciencia y la tecnología para ofrecer los coches más elaborados del planeta.

La solución a los problemas de la F1, por tanto, depende de lo capaces que sean sus promotores -veremos qué será capaz de hacer su nueva dueña, Liberty Media- de acercar el deporte a sus seguidores. No a base de ceder ante cualquier exigencia de estos -como, por ejemplo, volver a los V8-, sino a base de convencer a los espectadores de que están viendo un espectáculo que, además de emocionante en lo deportivo, es extremo en lo tecnológico y lo deportivo.

¿Qué caminos se pueden tomar para esto? La liberación de YouTube parece una de las posibles salidas para potenciar la visibilidad de un campeonato -según parte del público- soso o con poco atractivo. Saber encontrar, de una manera u otra el atractivo que la F1 no deja de tener y hacerlo llegar al espectador. Por otro lado, no es desdeñable pensar en abrir la mano en lo relativo a  los derechos de TV, o incluso recurrir a algún sistema de suscripción o de app. Todas las ideas son pocas para frenar un fenómeno que aún es reversible. 

En la Fórmula Uno aún quedan carreras para largo. Solo hay que querer verlo.

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