Bernie Ecclestone es una figura extraña. Cualquiera completamente ajeno a la F1, al verle pasear por una calle de su Inglaterra natal no vería más que un hombre ya anciano, extremadamente delgado y bajito, escondido bajo unas gafas circulares y un flequillo canoso. Cualquiera ajeno a la categoría reina del motor vería en él tan solo a un jubilado más, un hombre aparentemente tan endeble como un muñeco de trapo, anacrónico, como sacado de un sketch de los Monty Python.

Sin embargo, en el mundo de la F1, ese anciano es un dios. Cualquiera que haya presenciado más de dos carreras sabe que bajo esa apariencia débil se esconde un hombre de feroz inteligencia, de despiadada astucia. Bajo esas gafas redondas se ocultan unos ojos afilados, rápidos. En ese cuerpo pequeño y envejecido se esconde un alma de mercenario intrépido, de negociante voraz, de cazador persiguiendo a su presa, de dueño y señor. Un alma y un cerebro que fueron capaces de hacerse con el monopolio de la Fórmula Uno, y cambiar el rostro del deporte tal vez para siempre. Un hombre que fue capaz de convertir unas carreras de coches en una de las marcas globales más respetadas de la historia del deporte. Una figura que parecía invencible, capeando temporales, boicots y amenazas de escisión, y que, sin embargo, deja ahora su segunda casa por la puerta de atrás.

La llegada de Liberty Media al deporte ha traído consigo la retirada de Mr. E., como se le solía conocer. Es una retirada que parece precipitada y forzada -según las declaraciones del propio Ecclestone-. Una salida de puntillas que no rinde homenaje a la labor que Bernie realizó durante tantos años. Porque, denostado y odiado por muchos como era, lo cierto es que la F1 no sería lo que es ahora de no ser por el trabajo de Ecclestone, para bien o para mal.

No hubo fastos para Bernie. No hubo una despedida cordial por parte de sus sucesores, los capos de Liberty Media. Tan solo un frío comunicado. Sin embargo, y pese a que a sus 86 años Ecclestone es -ya desde el pasado lunes- un jubilado más -multimillonario, eso sí-, todo el mundo sabe que su sombra es alargada y persistente, y que el nombre de Bernard Charles Ecclestone va a acompañar a la F1 durante mucho tiempo.

Unos nuevos jefes llegan a la F1. Un nuevo equipo de líderes que decidirá el nuevo rumbo que ha de tomar el deporte. Pero, antes de que Carey, Brawn y Bratches comiencen a andar su propio camino, es imposible dejar de recordar cómo se llegó hasta aquí, recordar la labor de Mr. E. Lo hemos querido hacer en tres grandes hitos, que marcan la carrera de Bernie Ecclestone y también, el camino de la F1 hasta el 23 de enero de 2017. 

El desembarco

Hasta el villano más pintado tiene un pasado y Ecclestone no podía ser menos. Como una especie de guiño irónico del destino, Ecclestone nacido en un pequeño pueblo inglés, cerca de Bungay, en el condado de Suffolk. Hijo de un pescador, nada podía presagiar que acabaría convirtiéndose en uno de los hombres más ricos del planeta algo más de medio siglo después. 

Lo que si que se podía presagiar era su ambición y su talento para los negocios. Con pocos años, ya trapicheaba y hacía pequeños chanchullos en el patio de su colegio. De hecho, el pequeño Bernie tenía una estratagema que no fallaba nunca: ya que todos sus compañeros y amigos tenían que coger un tren para poder ir a la escuela, Ecclestone madrugaba un poco más todas las mañanas, para poder comprar todos los billetes y después revendérselos a sus compañeros a un precio más alto. Solo esta anécdota sirve para ilustrar el instinto maquiavélico que impulsó siempre a Ecclestone.

Otra cosa que también apasionó a Ecclestone desde joven era el mundo del motor. Trabajó en gasolineras, talleres y concesionarios de motos. El ansia de velocidad le corría por las venas, y en 1949, nada más acabar la II Guerra Mundial y con tan solo 19 años, Bernie comenzó a competir en Formula 3, si bien de manera un tanto mediocre. Sin embargo, este sueño le duró poco. Tras tan solo unas carreras, Ecclestone tuvo un grave accidente que le obligó a centrarse en el otro que le apasionaba: los negocios. Quién sabe lo que podría haber cambiado en la historia de la F1 si Ecclestone hubiese continuado corriendo.

Lo cierto es que no le quedó más remedio que situarse en el otro lado de la valla: tras ganar dinero en el mundo inmobiliario, se convirtió en mánager de pilotos, llevando a Stuart Lewis-Evans hasta un asiento en Vanwall en 1958. Después conocería a Jochen Rindt, de quién se convertiría en manager y con quién compartiría la dirección de un equipo de Formula 2 hasta la muerte de este.

Fue 1972 el año en el que Ecclestone llegaría a la F1 de manera definitiva: convirtiéndose en dueño y director de Brabham, e iniciando una carrera como jefe de equipo que llegaría hasta 1987, momento en el que decidió vender la escudería a un consorcio bancario. Quince años que dieron para mucho: dos títulos mundiales de pilotos, dos subcampeonatos de constructores y una larga lista de victorias que transformaron a Bernie de expiloto frustrado reciclado en manager a poderoso jefe de equipo.

Aún es más: Bernie volvió a demostrar que los negocios fueron, son y serán siempre los negocios. Como aquel niño que compraba los billetes de tren para luego revenderlos a sus amigos a un precio mayor, el saldo de Ecclestone estos años fue comprar un equipo de F1 por unos 120.000 dólares y venderlo, década y media después por más de 5 millones. 

Viva el nuevo rey

Cuando dejó Brabham, a Ecclestone le quedaban pocos retos como miembro de un equipo. De hecho, ya hacia mucho tiempo que tenía su mente puesta en otro objetivo. Ya hacía casi una década que Bernie regía con mano de hierro la FOCA: la Formula One Constructors Association, agrupación formada por las escuderías y que tenía, como uno de sus principales objetivos, luchar para llevarse una mejor tajada de los derechos económicos de emisión televisiva. Ello derivó en una amarga y larga lucha entre la FOCA y la FISA -equivalente a la actual FIA-. Los equipos querían que la FISA dejase de meter mano en sus ingresos, mientras la Federación requería un mayor control gubernamental. Esta guerra, que duró muchos años, conllevó boicots, venganzas y enemistades eternas. Sin embargo, tuvo también una consecuencia casi invisible: poco a poco, Bernie Ecclestone se fue haciendo con más poder dentro de la F1.

La línea que separaba en Bernie al negociador del usurpador era y es muy fina, y él tiene inculcado en la sangre mejor que nadie el famoso dicho de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Por ello, durante los años que duró la guerra FISA-FOCA, Mr. E. se encargó de, sistemáticamente, hacer que el 23% de los ingresos generados por la F1 se dirigiesen hacia la FOPA, la Formula One Promotions and Administration -que después se convertiría en la FOM-, organización que él presidía. Si el caos de siglas ha generado confusión, es tan sencillo como decir que Ecclestone se encargó de que el 23% de lo que generaba económicamente la F1 fuese a parar a sus manos. Así de sencillo. Así de limpio. 

Fue el propio Ecclestone el que surgió como salvador de la F1, poniéndose como intermediario de la guerra FISA-FOCA, y haciendo que ambas partes entrasen en razón. Él se encargó de que los equipos y la Federación firmasen el primer Pacto de la Concordia, acuerdo privado que especificaba las reparticiones monetarias de los derechos y otras cuestiones. Y él fue también el encargado de que la FOPA -es decir, él- saliese bien beneficiada de ese pacto. 

De este modo, además de dinero, Ecclestone se garantizó un puesto más allá del tablero de ajedrez. Se colocó por encima del tablero, como un dios que todo lo regulaba, y que, además, se llevaba parte.

Sin embargo, mencionar tan solo esto sería injusto. Cierto es que Ecclestone se dedicó durante muchos años a beneficiarse tan solo a sí mismo. Pero no es menos cierto que, en estos años, jugó también un papel crucial a la hora de mejorar la seguridad del deporte. Fue él el que llevó al doctor Sid Watkins a encabezar un equipo médico permanente en los Grandes Premios, y fue él el que cedió a todas las exigencias del doctor en materia de seguridad, poniendo a veces de su propio bolsillo para que las carreras pudiesen ser cada vez menos peligrosas. En una época en la que fallecían pilotos a decenas cada año -en F1 y fuera de ella-, no sería justo olvidar esta labor de Ecclestone.

Horizontes lejanos

Tras la labor unificadora de Mr. E. en las décadas de los 70 y los 80, llegó al siglo XXI siendo una de las dos cabezas visibles de la F1. La otra, Max Mosley, presidente de la FIA, y amigo suyo desde la época de Brabham se convirtió en su más claro colaborador. Juntos dirigieron el negocio durante años, convirtiendo la F1 en los que muchos llamaron, ácidamente, “El show de Max y Bernie”.

En este nuevo siglo, Bernie ejerció con plenitud el poder que había ido acumulando durante los 80 y los 90. Así, sin nadie que se le opusiese, teniendo a su amigo en la cabeza de la Federación y habiendo eliminado a todos sus enemigos, Mr. E. se quedó como el Rey. No había nadie que se atreviese a hacerle sombra. Algunos, como Flavio Briatore, que alentaron la rebelión de los equipos contra el poder de Mosley y Ecclestone acabaron expulsados y proscritos. Otros se rindieron a la evidencia del monopolio de Bernie. Algunos otros idealistas, como Ari Vatanen pretendieron derrocar esta dictadura de dos, sin éxito. De un modo u otro, Ecclestone siempre ha conseguido salir airoso, sobrevivir a los mil y un complots que ha habido en su contra, y, además, hacerlo sacando tajada.

Lo cierto es que, del 2000 a esta parte, Bernie ha hecho su voluntad en el deporte. En una búsqueda desmedida por ganar dinero, ha eliminado buena parte de los circuitos históricos europeos, sustituyéndolos por carreras en Oriente Medio -“allí está el dinero”, ha afirmado más de una vez- y Asia. Ha impuesto un canon elevadísimo a los circuitos, exprimiéndolos hasta que muchos no han podido más. Ha conseguido incluso que se cumpla uno de sus sueños personales: una carrera en Paul Ricard, circuito sin gradas para el público, como una especie de lujo VIP de la más alta categoría.

Ha sofocado revueltas, ha mirado fríamente a los ojos a aquellos que le amenazaban con dejar la F1, como Ferrari -diciéndoles “si me vas a apuntar con una pistola, más vale que estés listo para disparar”-. Ha danzado en la línea entre el engaño y la confusión. Ha aguantado ataques personales, ataques al corazón y dardos envenenados. Ha expandido la marca F1 hasta el último rincón de la tierra. Ha empobrecido a cientos de personas y ha enriquecido a otras tantas. Ha bailado con todos sin casarse con ninguno. Ha hecho cosas buenas y cosas que rozan lo deleznable o, directamente, lo inmoral. Sin embargo, Ecclestone siempre ha sido fie a sí mismo. Nunca ha traicionado a nadie, y si ha dicho que iba a hacer algo, es porque lo iba a hacer.

Un hombre con una ambición sin límites que ha cruzado muchas veces los límites que para el resto de mortales parecen inviolables. Quizás ahí resida el éxito de Bernie: que, a sus 86 años, y pese a su endeble aspecto, no parece un mortal más. Y tal vez no lo sea. De momento, nos toca decir un “hasta luego” al Rey Sol de la F1. Puede que no tardemos mucho en volver a saber de él. Bernie siempre sobrevive.

(Fotos: Sutton y LAT)

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