Tanto en la vida como en el deporte, hay caminos forjados a base de bajadas a los infiernos. Trayectorias marcadas por una fortaleza de acero, transformando lágrimas en pociones revitalizantes para levantarte al día siguiente con ganas de comerte el mundo. Pero vuelves a caer. Y te levantas. Pero la siguiente caída es más profunda, las piernas parecen no querer ponerse en pie, pero aparece una serpiente que rodea el corazón y te susurra ‘ahora o nunca’. La historia de Andrea Petkovic es la de una gladiadora atemporal. Su camino se llenó de piedras, muchas piedras. Infinitas. Con ellas está levantando el mayor castillo posible, con hormigón armado a prueba de bombas.

Cuando el 10 de octubre 2011, con 24 años, Petkovic se alzaba al puesto número 9 de la WTA, podríamos hablar del sueño de tantas tenistas. Esos sueños entre sábanas que deseas que no toquen a su fin. Tres cuartos de final alcanzados en esos mismos años pusieron a Petko a la luz del mundo. Aquel baile iniciado en el US Open en el año 2010 tras acabar el partido se convirtió en una tónica habitual. “Soy muy supersticiosa y desde que lo hago juego mejor”, afirmaba la alemana. Más allá de su baile, su tenis empezaba a enamorar.

Una hernia discal y una lesión de tobillo, cortaron la progresión de Petkovic.

Pero llegó el mayor de los reveses, y no vino de su raqueta. Una hernia discal paró en seco su proyección. Le recomendaron descansar. Nada de entrenamiento. Así que al día siguiente cogió un avión dirección Las Maldivas: “Me fui sola. Me lleve conmigo 4 o 5 libros. Tuve el móvil apagado. Solo hablé con mi familia una vez a la semana. Estaba sola y me vino genial. Fueron las mejores vacaciones de mi vida”, afirmaba Andrea, quien dentro de su carácter extrovertido también tiene hueco para un plan así de bohemio. Pero el infierno al que bajó con la hernia aún tenía un sótano más. Tres meses después sufrió una escalofriante lesión de tobillo. Fue en Stuttgart, preparando Roland Garros. Cayó desplomada en la arcilla. “Solo pensaba: no llores, no llores, no llores. Había 4.000 personas viéndome y estaba jugando en casa”, decía por aquella época. La recuperación fue un martirio. “Haces ejercicios, y ejercicios con los que no sudas y parece que no haces nada. Un minuto parecía una hora”, relataba Petkovic su calvario.

Roland Garros, amor y odio

Siete meses. Siete meses de sufrimiento, soledad, odio a los entrenamientos, hastío de no poder hacer el deporte que ama. Tocó el cielo y ahora se encontraba en el más absoluto infierno. Aún quedaba más. Durante 2013, Petkovic sufrió una lesión de rodilla. No hay dos sin tres, dirían los más supersticiosos. Petkovic lo es, pero no deseaba que se cumpliese su sentimiento de esta manera. Pero durante ese mismo año ocurrió algo que cambiaría su vida profesional.

El año pasado, Petkovic se planteó dejarlo. "Llegué a odiar el tenis", asegura Petko.

Roland Garros. Segunda ronda. Andrea caía derrotada ante la 160 clasificada del mundo. Un mazazo. Un hundimiento irremediable. Y tras el partido, abatida en la silla del vestuario, confiese a su ex preparador, Petar Popovic, que lo deja. Que abandona el tenis. No puede más. Ha llegado a su límite. Popovic, entre carcajadas al oír estas palabras, se niega a creérselo. “Hace exactamente un año, cuando perdí en segunda ronda, estuve muy cerca de dejar el tenis”, reconoce hace unos días Petkovic. “No era debido a perder ese partido. Simplemente ya no me gustaba jugar al tenis. Llegué incluso al punto de odiarlo”, recuerda. “Me inicié en este deporte por el puro amor al juego, es una gran parte de mi vida. Es algo hermoso, pero las tres lesiones lo convirtieron en fuente de dolor y dificultades. Cuando regresé de dichas lesiones mis pies no funcionaban igual, mis golpes y servicios eran malos. Por eso quería parar”, reconoce la alemana.

Tras tres disparos a su maltrecho corazón, y un año después de rumiar la idea del abandono del amor de su vida, Petkovic se presentó en Roland Garros como una mujer nueva, una tenista renovada dispuesta a luchar por lo que dicta su corazón. Un inicio de año esperanzador (victoria en Charleston), Petkovic recordará este torneo parisino durante mucho tiempo, con la esperanza de que uno venidero, aún mejor, lo reemplace. Ha ido avanzando rondas mientras las favoritas del cuadro iban quedándose por el camino. Se presentó en los cuartos de final con un tenis afianzado, recordando a la mejor Petko de 2011. Golpes profundos, asentada en la pista, siempre al ataque, mediante un físico envidiable y un tesón impropio de una leona con heridas de guerra. ‘Cuartos de final’, un techo que retumbaba en la cabeza de la alemana. Su tope en un Grand Slam. La Petkovic de hace años hubiese claudicado ante Errani. La Petkovic de hoy se plantó en la Chatrier para desplegar su mejor tenis. “Mientras volaba la última bola, solo deseaba una cosa: ‘que no entre por favor, por favor, por favor’”, afirmó Petko tras el partido. Y no entró. Andrea accedía por primera vez a las semifinales de un Grand Slam, con una entereza impecable, mostrando al mundo que ha vuelto, y esta vez para quedarse. Una carrera que se relanza con 26 años, cuando años atrás sus vitrinas vaticinaban éxitos por doquier.

Las esperadas semifinales ante Halep se saldaron con derrota, pero Petkovic ha conseguido la mayor victoria de su carrera. Reencontrarse consigo misma. Olvidarse de aquel infierno al que descendió. Ha vuelto con raqueta en mano dispuesta a codearse con las mejores raquetas del mundo. Un tenis que va in crescendo, forjado a base de sangre, sudor y lágrimas. Petkovic estudia a distancia Ciencias Políticas, es seguidora del Eintracht de Frankfurt y lee a Goethe, Wilde y Dostoievski. Le gusta el arte y adora al Che Guevara. Cuando se retire quiere montar una discografía para jóvenes, ya que adora la música y la lectura. Así es Petkovic fuera de la pista. Carismática y adorable, es una de las tenistas más queridas del circuito. Roland Garros ha forjado una relación de amor y odio. Petkovic puede ganar o perder. Pero su lucha es admirada, y los amantes del tenis adoran a Petko, quienes rezan porque su idilio con el tenis dure muchos años.