Llamemos a nuestro personaje Edward. Edward no vive en Londres, pero esta soleada mañana de julio se encuentra allí. En su calendario hay siempre una fecha señalada en rojo. No es una fecha concreta. Es un día que Edward, verano tras verano, reserva a su gran pasión: el tenis y el reluciente césped de Wimbledon.

Cansado por el largo trayecto, Edward entra en el abarrotado metro londinense. Encuentra un sitio al fondo. Su cara es el fiel reflejo de la ilusión. Una ilusión infantil, como la de los dos niños que se sientan junto a él. Ataviados con una camiseta de Andy Murray y con la bandera británica pintada en sus mejillas, los niños le preguntan a su madre cuánto queda para llegar. Edward lo sabe bien. Por algo esta es la quincuagésima vez que va a acudir al torneo.

Tras salir de la boca de metro de Southfields, Edward mira al cielo con cara de incredulidad. El radiante sol de hace unos minutos se ha convertido en unos nubarrones que amenazan con chafar el espectáculo. ¡Hay que ver como es el clima inglés! -se dice a sí mismo.

Tras un agradable paseo por el barrio de Wimbledon, Ed llega por fin a su destino: el imponente All England Lawn Tennis & Croquet Club. Al llegar a The Queue, Edward reconoce algún que otro rostro. Ya son muchos años...Finalmente, tras dos horas de espera que han sido de todo menos aburridas, nuestro amigo consigue su entrada. No ha habido suerte y solo podrá acceder a las pistas exteriores. Tampoco le importa, la experiencia le dice que la Pista Central es solo una mínima parte de la magia de Wimbledon.

Fresas con nata

Ed mira su reloj. Aún queda algo más una hora para que arranque la competición. Al levantar la cabeza observa a una muchacha que cargada con unas cajas se dirige a uno de esos puestos tan monos. Fresas, las famosas fresas. Edward se acerca. Las prisas y la emoción han hecho que olvidase su desayuno y su estómago protesta. No tiene elección.

Con su cuenco de fresas con nata, Ed se sienta en un banco cercano. Con su adquisición le han dado un folleto que explica la tradición de las afamadas frutas. Aún queda para que comienze la acción. Asi que mientras degusta su particular desayuno, Ed le echa un vistazo:

"Según la leyenda, la tradicióm de las fresas con nata fue introducida en Wimbledon por el rey Jorge V, coronado en 1911. No obstante, la realidad es que esta fruta lleva consumiéndose desde las primeras ediciones allá por el siglo XIX.

La fecha del torneo coincide con la temporada de la fresa en Gran Bretaña, pero no vale cualquiera. La variedad oficial es la Elsanta. Esta variedad se cultiva en las granjas de Kent, en el sureste de Inglaterra. Tras ser recogidas el día antes de su venta, las fresas llegan a las instalaciones del torneo a las 5:30 de la mañana, para ser minuciosamente inspeccionadas.

Durante las dos semanas de torneo, se consumen unos 28.000 kilos de fresas y 7000 kilos de nata."

"Wimbledon nunca dejará de sorprenderme" -piensa Edward.

Henman's Hill

Tras una mañana de partidos que no pasarán a la historia, como cada año Edward se dirige a Henman´s Hill. Quedan unos minutos para que empiece el "plato fuerte" de la jornada. Es el debut del ídolo local, Andy Murray. A diferencia de las fresas, Edward si conoce bien la historia de la legendaria colina.

Cuando él comenzó a venir hace unas décadas, tanto el aspecto como el nombre del montículo eran totalmente difrerentes. La entonces Aorangi Park era solo un sitio de picnic, ni siquiera estaba instalada la pantalla gigante sobre la que hoy se concentran millares de personas.

Todo cambió en 1997, cuando se instaló dicha pantalla en el exterior de la Pista 1. Fue entonces cuando la gente comenzó a congregarse para ver los partidos de la pista central. Por entonces el ídolo local era Tim Henman. Desde la colina, miles de fans vieron como en cuatro ocasiones Henman se quedaba a las puertas de la ansiada final. Por ello, ademas de "Colina de Henman", muchos espectadores decidieron nombrarla como la terraza de los fantasmas.

Desde entonces, Henman's Hill es todo un lugar sagrado. Personas de todas las nacionalidades acuden con sus picnics a disfrutar del tenis en un ambiente único. La colina es una clara representación de heterogeneidad en un torneo donde la solemnidad y la tradición hacen que domine lo homogéneo. Un resquicio de alegría y espontaneidad para los amantes del tenis.

El surgimiento de Andy Murray como estrella, su consolidación como héroe nacional y, sobre todo, su título en 2013 -que rompía una racha de 77 años sin un campeón británico- hace que muchos llamen a la colina "El monte de Murray".

Sumergido en estos pensamientos y recuerdos, Edward contempla como en apenas hora y media de partido Murray destroza a su rival, para deleite de los fieles seguidores allí presentes.

Ed abandona las instalaciones. Toca volver a casa. Ya en el metro vuelve a ver a los niños de la ida, que con una sonrisa aún mayor, hablan entre ellos de lo increible que ha sido la victoria de Andy, su ídolo. De lo que no se da cuenta Edward es de que él lleva dibujada en el rostro la misma sonrisa. Los más de sesenta años de diferencia entre los niños y él desaparecen por un instante. La magia de Wimbledon.

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