Un día después de la derrota más dolorosa en mi vida como aficionado al fútbol, todo era difícil, ver la TV que hablaba de la épica remontada, ir a clase, escuchar a tus amigos hablar del partido y sobre todo, lo más difícil fue contestar la pregunta de uno de ellos con un tono burlón: "¿Por qué le vas a Cruz Azul?". Claramente hacía énfasis en que yo era un escuincle la última vez que mi equipo salió campeón y por supuesto en que no viví la época dorada en el club. Fue difícil responder la pregunta porque todo me recordaba al autogol de Castro, a lo feliz que estaba antes del minuto 88' y al festejo del América, no pensaba en otra cosa, me quedé callado y seguí en mi día, donde por cierto, las nubes grises no ayudaban en nada.

De regreso a casa me puse a pensar en mi incapacidad de responder a la pregunta y comencé a recordar por qué le voy a Cruz Azul, todo llegó en cascada, sin detenerse. Le voy a Cruz Azul por saber que los que llenaron de estrellas el escudo no se intimidaron frente a los poderosos de la época aún con el recién nacimiento del equipo y porque en unos cuantos años ya eran los más dominante del país. Pero como muchos sacan la frase "vives del pasado", comencé a recordar las cosas que vi en carne propia que me hicieron enamorar de este club: Le voy a Cruz Azul porque a pesar de las falencias directivas, siempre hay equipos competitivos, porque las malas campañas no se repiten, porque ningún DT ha perdido la compostura en rueda de prensa yéndose a la yugular del árbitro o del equipo rival y porque los spots o las imágenes ofensivas hacia los demás equipos no van con la institución.

Le voy a Cruz Azul por el gol de Hermosillo mientras el rostro le sangraba, por las lágrimas de Camoranesi al ser expulsado, por el gol de Latorre que dejó fuera al América, por el silencio de La Bombonera en Buenos Aires tras el gol de Palencia, por la unión del equipo mientras a Romano lo escondía un grupo de cobardes delincuentes, por los pulmones de Lupillo Castañeda, por el temple de Reynoso y por el liderazgo de Torrado, por la victoria contra Pumas con puros jóvenes después de la limpia de equipo, por las atajadas del Conejo a Figo, por la clase del Matute, por la garra de Pereira, por la entrega de Adomaitis, por las gambetas del Chelito, por la voltereta a Jaguares que terminó en bronca, por el festejo de Palencia señalando la bandera de México mientras miraba a los aficionados del América con la playera de River, por la elegancia de Corona, por los mosaicos que le dan vida al estadio a pesar de las multas de la Federación, por los desbordes de Pinheiro, por la eficacia de Markarián, por la potencia de Villa, por el Azteca lleno y pintado de azul en Libertadores, por el gesto de Perea felicitando al odiado rival por su campeonato, por los festejos del Loco Abreu o de Pereyra, por la fuerza de Riveros, por siempre poder ir en familia al Azul sin miedo a la violencia, por la técnica de Teófilo, por el corazón de Christian Giménez.

Le voy a Cruz Azul porque en cada época de esta historia reciente de sequía, el equipo ha levantado la cara y lo ha intentado una vez más, sin importar que se falle de nuevo, porque se volverá a intentar. Motivos sobran para que generaciones jóvenes sigan al equipo, que sientan los colores, sin necesidad de un título, pues aún con 15 años sin ganar la liga, la afición sigue siendo de las más populares de México.

Por más fuerte que ha sido la caída, Cruz Azul se ha levantado para pelear los primeros puestos.

Las lágrimas de cada uno de los jugadores en la cancha del Azteca deben llenar de orgullo a la institución, pues es mejor llorar por estar cerca de la cima que por estar hundido en la mediocridad, y aún mejor dejar atrás, para regresar.

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