Dentro de las muchas batallas épicas que han disputado América y Toluca, los viejos de la comarca recuerdan una muy singular. En 1964 se jugaba las semifinal del Torneo Presidencial López Mateos, símil de la ahora Copa México. Las Águilas, comandadas en aquel entonces por Alejandro Scopelli, enfrentaban a los choriceros que, a su vez, eran dirigidos por Fernando García.

En la ida, jugada en el Olímpico Universitario, las Águilas derrotaron 3-1 a los 'choriceros'. 2 goles de Moacyr y un autogol del arquero Elizondo encaminaron el triunfo crema, pero un gol en el segundo tiempo de del 'Águila' dejó a los rojos esperanzados para la vuelta. El partido estuvo lleno de polémica, pues el árbitro Ortiz anuló un gol válido al Toluca. Esto provocó que el Técnico de los 'Diablos', ni bien terminara el partido, reclamara airadamente a los medios, mencionando lo siguiente: “El gol que nos anuló Ortiz por imaginario fuera de lugar nos perjudicó, tanto por lo que pudo haber variado el rumbo del partido, como porque en todo caso la distancia que nos separaría en estos momentos sería menor”. Los ánimos estaban caldeados para la vuelta.

El partido de vuelta, jugado en Toluca, tuvo un ambiente de final. La capacidad del estadio, por aquellos entonces de veinte mil aficionados, se completó. Los jugadores rojos, embravecidos por lo ocurrido en el juego de ida, salieron al ataque desde un principio, sin embargo las Águilas tenían por aquel entonces un equipo que ya comenzaba a despuntar; Zague, Moacyr y Nájera eran los encargados de contragolpear a los choriceros, manteniendo a raya sus ánimos de atacar.

Los primeros golpes no se hicieron esperar. Malazzo  derribó a Zague. Después Vega lanzó un hachazo al brasileño Moacyr. Los americanistas no se quedaron de brazos cruzados y respondieron con sendas faltas de Fragoso. Muy pronto el árbitro Fernando Buergo, el mejor de la época, se vio rebasado por la violencia del juego al tiempo que los aficionados lo increpaban. En ese mar de patadas se adelantó el Toluca por intermedio del peruano García Carrasco, quien al filo del descanso colocaba el momentáneo 3-2 global.

Moacyr se tuvo que retirar lesionado en el medio tiempo, dejando a los Cremas con 10 hombres, pues en aquel entonces no existían los cambios. América se replegó e hizo gala del juego sucio para detener los embates 'choriceros'. Las crónicas de la época describen aquel segundo lapso como una batalla de box más que como un partido de futbol. Había golpes por doquier ante la incapacidad del silbante por detener las faltas.

América supo sostener el resultado que lo llevaba a la final durante gran parte del segundo tiempo, hasta que en el minuto 88 sucedió lo inevitable: la afición del Toluca, desesperada ante el resultado y el arbitraje, comenzó a lanzar todo tipo de objetos al terreno de juego. Cayeron botellas, piedras, frutas y vasos. Ante tal bravura Buergo decidió finalizar el partido. Esta determinación fue tomada por el público como una burla, y la descarga de furia no se hizo esperar. El árbitro fue golpeado por más de un objeto y varios jugadores también sufrieron ataques, mientras eran escoltados por la policía a los vestidores, pero lo peor estaba por venir.

Camino a los vestidores Buergo dijo a la prensa: “Los públicos de provincia están ya con el ánimo en tensión, predispuestos peligrosamente contra el América”.  Aquella frase encendió la mecha en las filas de los 'Diablos', particularmente en el Vicepresidente del Toluca, Torres Torrija. El mandamás 'choricero' quiso increpar a Buergo, y se topó a Guillermo Cañedo. El presidente Azulcrema entró en el fragor de la batalla y comenzaron los golpes.

En los vestidores se vivió una escena surreal. El comandante de la policía de Toluca entró al vestidor americanista dispuesto a apresar a Nájera, capitán de los Cremas. Llevaba una orden expedida por el Procurador de Justicia del Estado, acusándolo por haber realizado señas obscenas al público. En ese momento intervino Cañedo con una frase que quedó para la historia: “Si se llevan detenido a Nájera, se llevan a todo el equipo”. Los jugadores miraron perplejos a su presidente.

Al final la mediación de directivos y la  presencia de soldados permitió que el asunto no pasara a mayores y los ánimos pudieron calmarse. Muchos jugadores de aquel América, incluido Moacyr, quien sufrió la ruptura de ligamentos ese día, reconocen que ese juego marcaría el inicio de una época dorada en el club, y que mucho del éxito se debió al respeto ganado por Don Guillermo Cañedo tras esa batalla en el infierno 'choricero'. Sin duda esa fue la Copa Presidencial.