Eran los últimos. Gritos, lamentos y celebraciones. No los últimos de una temporada, de una liguilla o un torneo regular, no. Estos sí eran los últimos. Distintos a una eliminación, a una final perdida, a una goleada a favor o algún momento sorpresivo en instantes finales. Ya no habría más. El Estadio Azul no albergaría otro partido.

Cruz Azul no quería irse del Clausura 2018 sin liguilla, como algún sector de la afición no quería mudarse del Estadio Azul. Además de vencer a Monarcas Morelia en ese partido, debía ganar el último y esperar la combinación de otros resultados. No ocurrió.

Y al final pareció no ser tan importante. Ese día gran parte del entorno lo asumió como el último partido. Y la despedida no podía quedarse corta.

Horas antes del juego, alrededor del estadio, la aficióncomenzó a llegar. Amistades, parejas, familias era la constante de un inmueble muy familiar, y en este día no fue la excepción. Uno de los grupos de animación del equipo cementero se reunió en una de las calles aledañas para caminar hacia la puerta del recinto donde suelen entrar.

Con una gran bandera que era sujetada por personas desde los costados (debido a su tamaño), instrumentos y playeras azules, iniciaron su recorrido. Entre euforia y nostalgia sonó una adaptación de la canción "Amigo" de Roberto Carlos en torno al Estadio Azul. La melancolía era contagiosa; algunos acompañaban la letra modificada y otros cambiaban. Por supuesto, más de una persona grababa el momento. Hasta un policía sacó su celular.

Así fue el traslado por el contorno de algunas puertas del todavía hogar celeste. Al inicio del partido, el protocolo fue similar al de otros juegos; ambos equipos avanzaron a la par hacia el terreno de juego, sonó el himno de la liga y después de las correspondientes fotos de los camarógrafos de los equipos titulares, inició el partido.

La diferencia más notoria en ese momento fue el regreso de los mosaicos a la cabecera local del estadio. Temporadas atrás era muy común que quienes estaban en esa zona formaran alguna imagen alusiva al equipo. En esta ocasión fue el escudo; rectángulo rojo que simulaba el contorno, color blanco en forma de círculo y la característica cruz azul.

En días previos, por redes sociales circularon comunicados e invitaciones por parte de algunos aficionados para que todos los que asistieran al partido en entonaran al unísono al minuto 40 de cada tiempo el canto "Yo soy celeste". No solo ocurrió en esas partes, sino en varias durante el compromiso. Más en los últimos 25 minutos.

A quienes fueron al estadio, el club les dio bufandas azules que tenían pintados el año inicial y final en los que el inmueble cementero había fungido como la casa de Cruz Azul. Las bufandas bailaban. Giraban en círculos mientras la afición cantaba. Era un juego aparte.

 

 

Coincidencia o no, los primeros veinte minutos del juego fueron de los mejores en la competición por parte de Cruz Azul. Intensidad, orden, constantes llegadas al área rival, postes y finalmente anotaciones. Cuando apenas iban 11 minutos Cruz Azul ya vencía 1-0 con gol de Martín Cauteruccio. Y a los 39, Ángel Mena marcó la segunda y última anotación del partido y del estadio. Fiesta en cada juego; abajo y en los asientos.

En el medio tiempo, a la par de mostrar una lona con la leyenda de despedida al inmueble por parte de uno de los patrocinadores, algunos afortunados aficionados competían en un rally en una de las dinámicas de la empresa cervecera. En la grada se reían de las caídas de los de abajo, disfrutaban cómo jugaban entre ellos y celebraban los goles de los participantes como si fueran de su propio equipo.

El entretiempo también sirvió para poder tomar las últimas fotografías. Hacia un lado del estadio, hacia el otro, en soledad, en compañía, todas las fotos posibles que sirvieran de tesoro propio; estaban ahí, lo que vivían no se iba a repetir.

Inicio del segundo tiempo. Unión y división de escenarios. El "Azul, azul" no podía faltar, los gritos, los aplausos, las porras. El anfitrión vencía y eso alegraba a las personas. Después se distraían y jugaban otras dinámicas. La tradicional "ola" no se ausentó. Y minutos después iniciaron los cantos que difícilmente serán olvidados. Cantos que incluso quienes vieron el partido por televisión, podían percibir entre las palabras de los comentaristas. Cantos que en videos que circulaban en redes sociales, días posteriores al partido, tomados desde algún edificio aledaño al estadio, también eran perceptibles.

"Yo soy celeste". El canto que en las últimas campañas era más utilizado por la afición tanto para celebrar, apoyar en momentos positivos como en momentos negativos, retumbó en el inmueble. No sólo los grupos de animación, porras y barras, no. Tampoco solo la cabecera local. Las cuatro principales partes en las que está dividido el coloso azul, salvo los aficionados visitantes, agitaban sus bufandas, sus banderas, sus mantas y cualquier trapo que pudieran ondear. Eran azules en mayoría, al igual que las playeras, como también habían pretendido en días anteriores que así fuera.

"Es un sentimiento, que no morirá" continuaba y cerraba el canto. Tenía bastante justificación; el equipo se mudaba ahora al Estadio Azteca. Sin embargo, ahí estaría su afición. Solo se movían, se trasladaban, pero el mismo sentir los iba a transportar. Es difícil describir un momento justo en el que ya no solo cantaban las personas; gritaban. Era muy fuerte pero se entendía la letra. Pareciera que en esos versos se iba todo, se quedaban los recuerdos de 1996 hasta ese día. Todo se ahogaba, todo se reunía ahí. Y acabó.

Finalizó el juego con un marcador de 2-0. La gente alentaba en un inmueble prácticamente lleno. Los jugadores dieron un último recorrido, como si fuera una vuelta olímpica. Al mismo tiempo, el sonido local mencionaba algunos de los jugadores que habían estado en esa cancha. Los aficionados ovacionaron principalmente a dos de los más recientes; César Delgado y Christian Giménez. El plantel actual se despidió y entró por el túnel que dirigía a los vestidores. Era todo.

El entrenador del equipo visitante y el auxiliar del local respondieron a los cuestionamientos de los reporteros en la conferencia de prensa. Más tarde algunos futbolistas hicieron lo propio. Y en ese intermedio, entre el final del partido y las últimas palabras de los protagonistas en el inmueble, la gente seguía gritando, cantando y sacando todo de sí para brindarlo al sitio de cemento.

El Estadio Azul dejó de ser la casa de Cruz Azul. Un sitio que, a la fecha, mantiene algunos tintes en su exterior e interior de lo que fue en los días celestes, pero lo que más quedó enmarcado en sus paredes, fue el canto al unísono de una afición que despidió un lugar que fue su hogar.

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