Un otoño en pleno febrero deshojó las ideas y las esperanzas de una afición entusiasmada. Las exhalaciones emanaban una angustia profunda cada que los contrarios ofendían. Era triste ver tanto insulto, era triste ver cómo los pisoteaban y era más triste ver que el único que metía las manos para defenderse (una y otra vez), era el ángel que resguardaba el arco, quien evitó que fuera mayor el daño.

Durante los primeros minutos del desarrollo del espectáculo —un espectáculo manifestado en su totalidad por los anfitriones— a todos los que presenciaban las acciones les brotaban lágrimas de sangre, les dolía ver el juego de la visita, les ofuscaba ver la forma en cómo se maltrataba a la pelota.

Las humillaciones ya no dolían, los lamentos habían inmunizado a los organismos inertes: no sufrían, no se movían, no se inmutaban. Los actores no sufrían las escenas, pues todo el sufrimiento se lo dejaron a los espectadores.

Los errores eran el alimento de los aparatos defensivos y ofensivos, no hubo reacción ante el descontento, hoy no escucharon los lamentos, hoy no siguieron instrucciones.

Un gol también con lamentos —mordido y raspado— perforó la puerta de aquel hombre que siempre lo intentó, de aquel hombre que no obtuvo justicia, de aquel ángel que se hunde en un purgatorio de dudas, al borde del infierno del olvido, y todo por no tener el apoyo del resto de sus acompañantes. 

El milagro se pudo haber consumado; por quién más sino por el único ángel que merodeaba el entorno. Tantas veces acarició a la esférica, que casi consumó un amorío. A los aficionados les regaló un momento de emoción, quizás el más grande del encuentro, justo cuando pisó el área del contrario. La afición comenzó a construir castillos en el aire

Después de dos horas de haber arrancado el juego, nos pudimos percatar de que la impuntualidad del club se había hecho presente; pues no, no saben seguir instrucciones, ni siquiera para abordar un autobús y arribar al estadio, pues ya que terminó el encuentro nos pudimos dar cuenta de que no, lamentablemente, los jugadores de campo nunca llegaron.