Se deben conocer todas las facetas de una conquista, bien dicen que se conoce más a una persona en un día de juego, que en un año de plática. En este caso, en noventa o ciento ochenta minutos. 

Las sensaciones de haber comenzado un idilio siempre son de incertidumbre, pero bien comentan que la primera mirada es la que vale. 

Esa primera mirada fue noble y placentera, una mirada que apuntaba a un cierre de torneo más digno. Por ahora, guardemos un minuto de silencio por las fantasías de una nueva victoria.

Sin embargo, no todo está perdido, el amor se siente desde varias direcciones y las almas que habían sido mutiladas están respirando nuevamente (ya hasta en goleadores se convirtieron).

Aunque la luna esté opaca, el brillo del Sol es más intenso —y ese se volverá a vislumbrar mañana—. Un puñado de rayos acompañarán el nuevo amanecer, y sí, volverá a resurgir esa noble mirada. 

El suspiro de la afición está trastornado, confundido, pero muy en el fondo saben que pronto llegará un obsequio que los hará renacer.

Y no se equivocan, la realidad es que, pese a la derrota, el sabor que dejaron en la cancha fue dulce, fue grato; aún con el resultado adverso, se puede estar seguro que se perdió dignamente. 

Vendrán cosas mejores; si no es ahora, será mañana. Por lo pronto, aún se puede caminar con la frente en alto.