Lejano se veía el horizonte, allá donde había quedado extraviado el último grito heroico que presagiaba una victoria en casa

La algarabía del triunfo anterior daba mayores esperanzas, pero esta vez, por fin, esas ilusiones desembocaron en una sonrisa

Se consiguió lo que tanto se buscaba, justo en la antesala de un cumpleaños cuyo festejo no pinta para ser monótono. Ahora, lo único que habrá que pensar es en cómo celebrar.

Nuevamente la lluvia se hizo presente: escenario ideal. La garganta irritada tomaba algunas gotas desviadas del cielo, tratando de afinar las cuerdas que interpretarían las notas de cada una de las anotaciones.

De pronto, tres zurdazos vestidos de rayos cambiaron el panorama, la angustia mutó en alegrías y no quedó tiempo para pensar en nada más.

El club había cosechado otra victoria. Luego de sembrar remates, insistencia y un par de gritos de frustración, la lluvia hizo florecer el árbol del triunfo una vez más. 

La sensación de salir a jugar en las calles, bajo la lluvia, volvía a recordar la niñez y aquellas aventuras infantiles. Y sí, así, disfrutando, el club tuvo pasajes que lo instalaron de nuevo en la pelea.

El encuentro también será recordado por aquel homenaje al guardameta que viajó desde Tokio, puntualizando que, pese a todo, su puesto estuvo bien cuidado, pero que —celosamente— él quería resguardarlo. 

Son ya dos partidos consecutivos sin recibir gol, se igualó el número de victorias conseguidas el torneo anterior, se rebasó el 50% de los puntos conseguidos el certamen pasado; pero, a destacar, la meta necaxista se comienza a olvidar de recibir gol, luego de sumar 209 minutos sin tener uno en contra.

Todo pinta bien, la sonrisa y el júbilo se han vuelto a hacer amigos de los rostros de la afición, logrando una comunión para recibir el 98° aniversario de Necaxa. Ya después se comenzará a reflexionar.

Se ganó en casa, nuevamente, ahora toca tener presente ese sabor plácido de la victoria en todo momento, y buscarlo en todos los partidos.

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