La euforia de la inercia necaxista opacaba los errores y descuidos de cada uno de los juegos anteriores. La alegría fue tanta que importaba todo, menos corregir en lo que aún se estaba fallando.

El conjunto rojiblanco —o negro, hasta el día de hoy— venía con una racha positiva de tres victorias consecutivas y de varios minutos sin recibir gol (la cual quedó en 333, por cierto).

La vehemente pintura de aquel gesto ilusionado era la presentación perfecta para cada uno de los aficionados que, pese a todo, buscaban entre un ciento de posibilidades la oportunidad para ver el accionar del club. Ya fuera en televisión, en la radio o en cualquier medio, no querían perderse ni un solo minuto del encuentro. A eso se le llama ‘ilusión’.

Pero todo eso se convirtió en un derrumbe de emociones y marchitó algunas sonrisas, luego de un penal que se lanzó hacia un lugar incorrecto. A partir de ahí, en la cancha, y si es que se había construido algo, ¡todo se derrumbó!

El ataque temeroso del rival tuvo vía libre para llegar a la meta. En su primer disparo a gol del encuentro, el local se iba al frente en el marcador, ayudando a sepultar -un poco más- esas esperanzas perdidas en el verdoso pajar.

En la segunda mitad, y con algunos impulsos tibios renacidos, se pudo conseguir el empate. Merecido o no, trabajado o no, al menos regresaba la calma y devolvía el alma al cuerpo.

El planteamiento cambió varias veces, tanto que fue imposible determinar cuál era el modus operandi del equipo. Desconfianza y confusiones de ambos clubes parecían firmar el resultado momentáneo, pero las desatenciones no pararían.

Ya en tiempo agregado, cuando no se veía por dónde, un silbatazo arbitral hundió más las esperanzas, un silbatazo que se adjuntó a un señalamiento que apuntaba al manchón penal y que escribía en el viento una potencial victoria para el conjunto local. Se consiguió apagar el fuego, pero el silbante lo volvió a encender. ¿El resultado?, la suerte estaba echada y Necaxa se regresaba con una derrota.

Es hora de marcharse a sus hogares, de apagar la televisión y de buscar culpables, o de emitir comentarios fruto de la adrenalina confundida y muy deteriorada; pero, pasando algunos instantes, la euforia y las ilusiones renacerán. Para la próxima semana, no habrá aficionado alguno que no busque el partido ya sea en televisión, en la radio o en cualquier medio.

Esta tarde, Necaxa arañó un punto que, debido a su poca precisión y a su falta de ideas, perdió en los segundos finales del encuentro.