¿Dónde venden ilusiones infinitas?, ¿dónde se consiguen los sueños que sí se hacen realidad? La afición de Necaxa está cansada de devorar esperanzas falsas y efímeras, está cansada de tocar el cielo en un sueño que ha nacido muerto; sin embargo, a pesar de todo, volverá a ilusionarse una vez más.

Una ilusión nueva que se genera con cada encuentro, con cada triunfo, con cada gol, con cada nuevo entrenador, o, ahora, con cada pase acertado. La afición está deseosa de vivir algarabías más constantes, está necesitada de sentir que algo bueno viene en camino, está ansiosa de rodearse de más pasión. Busca en los cofres del olvido tesoros formados de gloria, aquellos que cada vez se pierden más en la lejanía, una lejanía en la que nada dolía, en la que nada era complicado: una lejanía con apodo de década.

Tanta euforia almacenada hace sangrar el pecho, tanta euforia atragantada provoca un daño que se quiere hoy expulsar. Un grito de júbilo es más deseado que una lágrima de sufrimiento.

Hoy no se encontró un solo grito, hoy se encontraron miles de ellos envueltos en tres puntuales anotaciones.

El cambio de timonel alcanzó a rescatar —al menos por hoy— a un puñado de jugadores que ya se estaban ahogando. Hay todo un mar enfrente del camino, hay miles de obstáculos enfrente, pero se notaron las ganas por salvarse, se notaron las ganas de correr por su auxilio y de aceptar un salvavidas que se les ofreció desde hace tiempo.

Es claro que la afición volverá a ilusionarse, es claro que la afición volverá a comprar todas las esperanzas posibles, más allá de si —en esta ocasión— el timón los conduce hacia un mejor destino. 

El agua ya los había cubierto en su totalidad; pero, hoy, por lo menos, ya pudieron respirar. 

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